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Una paliza electoral de magnitudes históricas

El peronismo unido fue derrotado por primera vez desde los tiempos de Raúl Alfonsín. Cómo influyó Cristina Kirchner en la derrota y cuáles fueron las claves de un resultado inesperado
 
por Ernesto Tenembaum
 
Alberto Fernández llegó a la presidencia como corporización de una estrategia electoral que, a priori, parecía bastante razonable: el peronismo unido difícilmente podría ser vencido. Esa idea, que funcionó bien hace dos años, recibió ayer su partida de defunción. El peronismo unido no solo fue vencido: recibió una paliza de proporciones. Solo ese dato ayuda a entender la magnitud de lo sucedido. Hasta el día de ayer, el kirchnerismo había sido derrotado muchas veces: en 2009, en 2013, en 2015 y en 2017. Pero todas esas veces competía contra una fracción del peronismo. Los unos y los otros, sumados, representaban a la mitad del electorado. Ayer, el peronismo fue unido en todo el país y obtuvo apenas el 30 por ciento de los votos a nivel nacional.
 
Esa cifra le da una dimensión histórica a lo sucedido. Nunca antes había sucedido. En 1983, Raúl Alfonsín derrotó a un peronismo unido, que obtuvo el 40 por ciento de los votos. En 1999, Fernando de la Rúa también derrotó al peronismo unido, que obtuvo el 39 por ciento, pero ganó en distritos claves como la provincia de Buenos Aires. Desde la aparición de Juan Domingo Perón en la política argentina, nunca antes el peronismo representó a menos de la tercera parte de la población como lo hizo ayer. Si se mira con cuidado, tal vez haya en la elección un elemento estructural. En su peor momento, Mauricio Macri obtuvo el 41 por ciento de los votos en 2019. Ese podría ser el piso de los votantes de la coalición que él fundó en 2014. El piso del voto peronista hoy es menor.
 
 
Hay un elemento nada menor en todo esta dinámica que es la relación entre el peronismo y Cristina Kirchner. La personalidad de la vicepresidenta es tan fuerte que, tarde o temprano, le impone su impronta a todo lo que toca. Todo aquel que se acerca a ella, tarde o temprano, termina generando las aprobaciones y los rechazos que ella misma genera. En este caso, se suponía que el peronismo no K le sumaría sectores sociales importantes al kirchnerismo y que esa suma produciría una hegemonía duradera. Sin embargo, solo dos años después, el peronismo se achicó a la dimensión del kirchnerismo, se transformó en un partido de conducción familiar, como lo demuestra el inexplicable protagonismo de Máximo Kirchner en la toma de decisiones clave –como la ruptura de negociaciones con Pfizer- o en los actos de campaña más importantes. CFK más cualquier cosa, tarde o temprano, es igual a CFK.
 
El segundo elemento que permite percibir la magnitud de lo ocurrido es la identidad de los triunfadores. Raúl Alfonsín se fue del poder y debió esperar 10 años para que su partido volviera a ganar una elección. Carlos Menem nunca más triunfó desde que se fue en 1999. Es realmente muy exótico que dirigentes, como María Eugenia Vidal, que fueron derrotados de manera muy contundente hace muy poco, lograran un triunfo como el de ayer. Es rarísimo que una sociedad votara masivamente a una fuerza política que, en ningún momento, escondió al ex presidente Mauricio Macri.
 
Los gobiernos de Macri y Vidal terminaron en medio de una situación muy caótica, con las cifras de pobreza a inflación volando por el aire. Eso hizo que la sociedad los rechazara en las urnas hace muy poco. Por eso, en cada acto de campaña, Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Máximo Kirchner y Axel Kicillof se ocuparon de recordarles lo que había sido aquello. Pese a todo, la sociedad eligió aquel modelo, que fue tan traumático, en lugar de este. Se ve que el enojo es tan profundo que entre esta realidad y aquella, con lo difícil que fue para la sociedad, la gente dijo claramente: preferimos aquello, incluso con las mismas caras, y no esto.
 
Esos dos elementos –la derrota del peronismo unido y el triunfo de quienes habían sido rechazados hace dos años— reflejan un enojo social de una enorme profundidad. Ninguna persona razonable puede atribuirse la capacidad para interpretar las razones de ese enojo en su justa medida. ¿Fue la extensión de la cuarentena, el vacunatorio VIP, la pobreza que se extendió a lo largo y a lo ancho del país, el cierre eterno de las escuelas, la foto demoledora del cumpleaños, las explicaciones absurdas de esa foto, la falta de una estrategia seria para frenar el alza de precios, el tono del Gobierno en medio de un drama social sin precedentes? ¿Qué fue de todo eso? ¿Cuánto de cada cosa?
 
En cualquier, los principales dirigentes del Gobierno deberían registrar la profundidad de ese enojo, porque elegir un camino equivocado puede profundizarlo y llevar a la sociedad hacia situaciones muy delicadas. La Argentina está hoy peor que en el 2001. Pero no hubo un estallido social. Por ahora, el enojo solo se manifestó en las urnas. Mal manejado, todo puede ser peor.
 
Los dos años que siguen serán extremadamente tensos para el Gobierno. El voto de ayer refleja que la sociedad es un campo minado y que está atravesada por un fastidio muy evidente. Esa sociedad deberá ser conducida por un gobierno que no tiene autoridad, lo que hará todo mucho más difícil. Y a esa pérdida de autoridad se le suma la profunda división que lo atraviesa y que ha limitado, desde el día mismo de su arranque, su capacidad de maniobra. Ayer mismo, en medio de la derrota, se pudo ver la falta de solidaridad que guía las relaciones personales dentro del oficialismo. ¿Cómo se le pudo ocurrir a alguien que solo el Presidente –en un gobierno que presume ser una coalición— se hiciera cargo de la derrota? ¿Por qué no hablaron Cristina, Axel, Máximo, y Sergio, tan dispuestos a hablar en otras ocasiones? ¿Solo Fernández fue derrotado? ¿No perdieron en Santa Cruz? ¿No perdieron en Quilmes? ¿Por qué tratan así a su propio Presidente?
 
La soledad que ayer rodeó al Presidente es solo un anticipo de los problemas que ese Presidente, y todo el Frente de Todos, deberán enfrentar en los próximos meses. Si, como quedó sugerido ayer, el Presidente será abandonado por la vicepresidenta y por los demás referentes del Frente de Todos, lo que queda del Gobierno será una agonía. Si la vicepresidenta pretende imponer políticas radicales en las que el Presidente no cree, será acelerar hacia el precipicio. Pero el Presidente tampoco puede ignorar a los otros sectores del Frente de Todos, que son los mismos que ayer lo dejaron solos.
 
Tal vez lo más razonable sería que sus máximos dirigentes se sienten, consensuen un plan de gobierno de emergencia para ir mejorando las cosas de a poco, y ver que perspectivas tienen si algo de eso sale bien. Pero sus diferencias son bien profundas y sus relaciones personales están muy dañadas. Es difícil imaginar cómo van a hacer para gobernar en los larguísimos dos años que les quedan sin autoridad y sin cohesión. Esa situación es dramática para ellos, pero también para la sociedad que los observa, ahora se puede ver bien, con suma perplejidad.
 
Durante la misma noche de ayer, muchos dirigentes empezaron a atribuir la derrota a la pandemia. Seguro que algún rol tuvo. Pero aplicar esa mirada sería muy autocomplaciente. En medio del shock, el Gobierno tiene la obligación de pensar. No le va a ser fácil. Falta mucho, pero es razonable pensar que todo está dado para que, en dos años, una vez más, el poder vuelva a cambiar de manos.

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