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Felix "Pipo" Mariani: 100 años de vida, un siglo de historias.

¿Cuál es el secreto, si es que existe tal, para mantener la mente despierta después de tanto tiempo? Una mañana más, un nuevo día, una página que sigue a otra, un paso hacia adelante. Felix Daniel Mariani, conocido como Pipo, comienza su rutina muy temprano, mira algunas noticias, lee El Diario de La Pampa y luego se pone a buscar palabras escondidas en páginas de “sopas de letras”, intentando descubrir el orden y la comprensión en el caos.
 
Hoy es un día diferente, parecido al resto, pero con algo especial. Su hija viene de viaje, su hijo ya llegó, y juntos con alguna nieta o nieto que se sume a compartir el momento, van a compartir un almuerzo para celebrar la llegada a los 100 años de vida. 100 años latiendo, respirando, moviéndose en un mundo que le dio la bienvenida un 16 de febrero de 1924, en Quemú Quemú, La Pampa. De cinco hijos que tuvieron Zenón y Elisa Mariani, Pipo fue el cuarto en llegar, y desde entonces no ha hecho más que abrirse paso día a día en esta vida en la que los recuerdos aparecen como partes blandas de un rompecabezas que se amoldan a las anécdotas que cuenta con paciencia. 
 
Darío Daniel, uno de sus hijos, cuenta que hace unos años Pipo le dijo que se había planteado como propósito llegar a los 100 años. Hoy lo cumplió. Es un hombre de palabra. Toma las riendas de la conversación, Pipo, y agrega que su objetivo es ir caminando hasta la esquina y volver. Dispuesto a cumplir su meta, ha comenzado a ordenar algunos detalles de su rutina, comenzar a utilizar la bicicleta fija, y continuar tomando un litro de agua por día, con las respectivas rutinas de medicamentos a horario. Ir detrás de un objetivo, sea cual fuere, pareciera ser el norte a seguir, el motivo para continuar aún en las adversidades que trae consigo la longevidad. Entre las complicaciones, no sólo se encuentra el deterioro propio del tiempo en el cuerpo, en las arrugas de la piel o las articulaciones, sino la invisibilidad de aquellas personas que lo han acompañado en el recorrido. Recuerda a su esposa, Aura Elsa Varela, con quien contrajo matrimonio cuando tenía 23 años y con quien tuvo dos hijos: Graciela, profesora universitaria en lengua y literatura, y Darío Daniel, licenciado en bioquímica y doctor en química, activo dirigente del Colegio de Bioquímicos y asesor de la Subsecretaría de Ecología. Aura Elsa, con quien recuerda haber tenido una vida maravillosa, y a quien le agradece haberse hecho cargo de la crianza de sus hijos, mientras él se encontraba casi todo el día fuera de su casa trabajando, falleció hace unos diez años. Así también, fueron partiendo grupos de amigos, con quienes compartía almuerzos y vivencias, mientras que Pipo ha quedado en este plano de la existencia como único testigo de esos momentos, que poco a poco se desintegran en el olvido. 
 
Pipo ha sido presidente del Club General Belgrano, uno de los más importantes de la Ciudad, institución en la que actuó como futbolista y atleta, y a la que representó en la Liga Cultural de Fútbol. Fue dirigente de instituciones de bien público, entre ellas la Asociación Mutual Pampeana. Tuvo una larga trayectoria en la administración pública (57 años de su vida) y llegó a estar asignado a la Secretaría Privada del gobernador; fue jefe de la Oficina de Informaciones; actuó en el Consejo Federal de Planes de Gobierno. Fue un fiel colaborador de Eduardo Feliz Molteni, y se desempeñó como secretario de Gobierno y Hacienda de la Municipalidad de Santa Rosa. Además, durante el gobierno de Néstor Ahuad, estuvo al frente de Canal 3. 
 
 
La vida pareciera encontrarse acá. Pipo llegó hace 100 años y simplemente la tomó para recorrerla. “La he vivido”, expresa, como si se tratara de un traje que se puso para andar por el mundo. El objetivo pareciera estar cumplido; sin embargo, siempre hay algo más. “Ahora ya no me aflige, que venga lo que venga”. Dice con firmeza, preparado para afrontar el destino. Rodeado de amor, celebrando cada día, y con la certeza de que la simpleza de “vivir bien, tranquilo, haciendo lo que se me antoja, a Dios, gracias,” es lo mejor que le puede pasar. “Así que mejor, imposible.”
 
 
 
Emmanuel Peret

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