Lionel Messi estira los brazos al cielo que asoma por el óvalo del techo del estadio Lusail. Brilla en sus manos la Copa que más deseó, luchó, sufrió, persiguió y que, al fin, en su último partido mundialista, le regala la foto eterna. Es suya, es nuestra, es de todo el fútbol argentino. Es de Diego, que desde allá arriba también ríe y llora y casi que puede tocarla de nuevo cuando Leo la muestra al mundo sobre su cabeza. Es la escena final de una película de amor, dolor, terror y suspenso. De la Selección, que esperó este momento durante 36 años y dos finales. Del propio Messi, que no se rindió durante 17 años desde su debut celeste blanco. De cada hincha que domingo a domingo alimenta nuestro bendito fútbol con su genuina pasión. Es la postal que soñamos toda la vida.
¡Argentina es campeón del mundo!
Lionel Scaloni, Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Ayala, el cuerpo técnico de cuatro cabezas que con el propio ejemplo diario enseñó a jugar en equipo, se funden en un abrazo colectivo con el resto de los colaboradores, con los jugadores y enseguida con sus afectos en la tribuna. La misión está cumplida. Y el fútbol, una vez más, se burla de los libros, los manuales y la cátedra. El ciclo comandado por un entrenador interino, sin experiencia en clubes, que asumió para llevar adelante las Juveniles y tras un buen torneo en L’Alcudia puso la cara en dos amistosos de la Mayor y no se fue más gracias al respaldo de Messi y Chiqui Tapia, se acaba de sentar a la mesa de Cesar Luis Menotti y Carlos Bilardo. Adelante, lo estábamos esperando.
¡Argentina es campeón del mundo!
Y este estadio Lusail, inspirado en las tradicionales lámparas fanar de la cultura árabe, encandila con toda su luz y ya tiene un lugar en la mitología futbolera argentina, junto al Monumental y el Azteca. Hasta aquí, a esta cancha para 90.000 personas, vino la Selección cinco veces durante este mes para construir su camino a la gloria. Si hasta ya nos resulta tan familiar como arrancar cualquier fin de semana para la Bombonera, Avellaneda, el Nuevo Gasómetro o la cancha de Atlanta.
¡Argentina es campeón del mundo!
Y acá los periodistas, muchos en nuestra primera cobertura Mundial, andamos tratando de ponerle palabras a algo que siempre nos contaron otros maestros del oficio con mil batallas. Ahora nos toca escribir y contar a nosotros. ¿Y cómo se escribe de verdad esa crónica que imaginaste mil veces de chica, en noches de desvelo o en un ejercicio de Taller en la escuela de periodismo? ¿Cómo se llevan los relatos y transmisiones de las prácticas ascépticas en un estudio de radio con la final del 86 en una televisión a esta realidad donde las emociones te hacen vibrar cada centímetro del cuerpo?
¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo! ¡Argentina es campeón del mundo!
Sólo me sale gritarlo, escribirlo, una y otra vez, como la cantidad de veces que lo soñamos. Sepan disculpar.
Por Luciana Rubinska para Infobae