Por Dardo Gasparré (Infobae)
La particular matemática de la democracia, el sistema vigente de renovación parcial de las Cámaras, y finalmente la decisión electoral de la población, obligan a Mauricio Macri a negociar con otros sectores políticos para la formación de leyes. Eso es lo que está tratando de hacer, para aplicar modestísimos cambios presupuestarios, el gobierno nacional.
Para ello sigue el único camino institucional disponible: acordar con los líderes políticos de cada provincia, los diputados y senadores, el toma y daca implícito en la democracia; un camino que se supone llevará a discusiones más amplias sobre la seriedad fiscal, la coparticipación federal, el sistema político, la educación y todos los aspectos de fondo que siguen pendientes. No hay ningún otro método posible dentro de la Constitución y las leyes argentinas, por lo que cualquier otra idea, variante, fantasía o elucubración debe ser descartada de plano por impracticable.
El peronismo kirchnerista residual no puede permitir que el poco poder que le queda se le escurra entre las manos vía la consolidación política de sus dos grandes enemigos: Cambiemos y el peronismo ortodoxo (de algún modo hay que llamarlo) porque eso significaría su desaparición a cortísimo plazo y -una obviedad- ser entregados a la cárcel por el sistema. Debe entonces entorpecer por cualquier medio esos acuerdos, tanto los presentes como los futuros y así tratar de recobrar algún poder de negociación.
En ese contexto hay que analizar todos los episodios de violencia reciente y los que vendrán, incluyendo el martirologio mapuche del culebrón del Río Chubut. Macri debe ser presentado como un enemigo del pueblo, dictador despiadado de derecha. Los gobernadores deben ser traidores al movimiento, los senadores – que en breve tendrán que reconsiderar los fueros de Cristina Kirchner – y los diputados peronistas que votan las leyes cambistas, deben ser intimidados con las hordas callejeras que quieren invadir el Congreso para impedir el debate.
Nadie sabrá nunca con certeza si el peronismo kirchnerista está detrás del origen de estas violencias de hoy, aunque la violencia ha estado siempre presente en el herramental del peronismo. Desde la carta de Perón felicitando a Montoneros tras el asesinato del General Aramburu a las jornadas del retorno del líder, donde diferencias como las actuales se dirimieron con balaceras y muertos, pasando por Alonso, Vandor y Rucci. Y culminando en la guerrilla de los 70, que también decidió que el gobierno democrático no era legítimo y entonces se alzó contra las instituciones y el orden público.
Pero sí es cierto y probado que el kirchnerismo usó a la violencia, la atizó y se coordinó con esa violencia para impedir la formulación de leyes. Unió al filibusterismo irrespetuoso a un seguimiento minucioso de lo que pasaba en la calle esperando un muerto, una represión salvaje, un hecho que permitiera insistir en la monótona cantilena de levantar la sesión, para impedir que se sancionara una ley en la que no podían influir con su voto.
Ni la horda entrenada que atacó a la policía, ni los legisladores de la fracción kirchnerista del peronismo representaban a los jubilados ni los defendían. Sin abrir juicio sobre la ley ni sus efectos, que es otro tema, a discutirse en otro nivel. Sin embargo, los padres de la violencia, y sus socios, lograron sus objetivos.
– Amedrentaron a los legisladores y gobernadores y les hicieron saber que hay una amenaza directa, ensañada y popular latente sobre ellos, física y política. Eso hará más difícil futuros apoyos a Cambiemos, con prescindencia de las leyes de que se trate. También será una excusa que usarán los gobernadores aliados cuando quieran incumplir los acuerdos políticos que han suscripto.
– Se alzaron como la voz de los desprotegidos y silenciosos, supuestamente despojados una vez más por la derecha y el contubernio, una táctica que está en las tablas de la ley del justicialismo.
– Dieron un fuerte argumento a los sectores oficialistas y opositores que defienden un gradualismo que linda con la inoperancia en la reducción del gasto, que ya en las redes están lanzando frases del tipo: "se imaginan, si hacíamos un ajuste salvaje, nos quemaban el país".
– Descolocaron a los líderes gremiales, que ahora pensarán dos veces antes de apoyar medidas de gobierno que saben que favorecerían la creación de trabajo y las inversiones, ante el temor de aparecer "en contra del pueblo". Y también le dieron excusas para negar su apoyo o para cobrarlo más caro, depende.
– Rescataron y dieron nueva vida al negocio de las llamadas organizaciones sociales, que demandan fortunas sin control alguno, supuestamente para distribuir entre sus "representados" innominados y cautivos.
– Fortalecieron la garantía de impunidad judicial del Senado a Cristina Kirchner, que, a la luz del reciente fallo en segunda instancia y de otras presiones políticas, corría riesgo de caerse.
– Siguieron la campaña de cuestionamiento y debilitamiento de la voluntad de las fuerzas del orden y del aparato de seguridad, castrados además por fallos judiciales cómplices y lamentables.
– Instalaron fuertemente la necesidad de un supuesto diálogo para hacer cualquier ajuste o cambio, casi en vez del diálogo legislativo y político. Lo que implica un estado deliberativo caótico e inconducente, sobre todo cuando lo que deben ajustarse o cambiarse son privilegios, situaciones de corrupción, exageraciones, prebendas, sobreprecios, ventajas, subsidios seriales, nombramientos alevosos, saqueos a los presupuestos públicos. Con un Poder Ejecutivo no propenso a la valentía, este logro es clave para paralizar cualquier mejora.
– Quitaron legitimidad a las negociaciones entre el Gobierno y la oposición para la formación de leyes, lo que afecta deliberadamente la gobernabilidad y la democracia y abre el camino a un callejón sin salida peligroso.
– Dañaron el prestigio y la credibilidad del país y sus gobernantes en el exterior, un calco de lo que se hizo con los gobiernos de Alfonsín y de la Rúa, a los que se ahogó financieramente de modo artero y planeado.
– Reforzaron su planteo de que Macri es la derecha, logrando así correr la discusión política más hacia la izquierda, ideología difusa a la que el kirchnerismo adhiere sólo por conveniencia.
– Clavaron más hondo el estigma de represores con que castigan a las fuerzas de seguridad, cualquiera fuere el nivel de despliegue que se use para cortar los desmanes.
El periodista Morales Solá sostuvo en una de sus columnas: "las imágenes del lunes en el espacio público no pueden repetirse sin poner en riesgo la credibilidad del Gobierno". El sólo hecho de lograr que un líder de opinión de primer nivel piense de tal modo, constituye un triunfo de la litocracia, ese nuevo paradigma de poder, el de la pedrada, la molotov y el caño tumbero.
Para cerrar el caso, la cara desencajada y caricaturesca del cristidiputado Moreau, insultando con su tendenciosidad barata a Julio Bazán, hace temer la vuelta a una época que parecía lejana, cuando había un peronismo violento en la calle, disfrazado de juventud maravillosa y un peronismo violento en el Congreso, disfrazado de institucional.
La denominación de ilegítimo a cualquier gobierno que no sea de su signo, y el training destituyente del peronismo desde Alfonsín en adelante, (¿o habrá que decir "de una sector del peronismo" para ser políticamente correcto?) hacen que tenga asidero la creencia de muchos de que acá está naciendo un nuevo formato de guerrilla urbana, con metodología supranacional, que apenas está dando sus primeros pasos. Eso se refuerza con el apoyo ideológico de muchos medios y políticos que relatan lo que se ve en las pantallas de los plasmas como si fuera un Tianamen criollo, sin importar lo que el televidente está viendo.
Las preguntas que surgen, las trampas que han quedado armadas, tienen que ver con lo que hará Cambiemos en las etapas futuras del cambio constante que pregona el presidente, que se adivinan conllevarán mucho mayor carnaval callejero. (A diferencia de las protestas civilizadas, que es otro tema)
¿Continuará con la línea ghandiana de amor y paz, como dice el inefable diputado Amadeo? ¿Se conformará con culpar a la conveniente izquierda o a los inadaptados, como le gustaría al diputado Rossi, nuevamente protagonista, aunque lo sea de un sainete parlamentario?
¿Qué harán las hordas cuando se avance en los cambios importantes que no se pueden eludir? ¿Y qué hará el Gobierno ante futuros caos organizados? Y más importante: ¿Qué ocurrirá cuando se unan las marchas pacíficas con la violencia urbana deliberada, como casi ocurre esta semana?
Porque el ajuste, suponiendo que alguna vez se haga, todavía no empezó. La violencia tampoco. Recién está practicando.