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La caida

El fin de una era. Del sueño de "Cristina eterna" y el "vamos por todo" ya no queda nada. El nivel de descomposición del kirchnerismo impacta y prueba que el poder nunca es para siempre. Por Luis Novaresio

Impacta ver el nivel de descomposición de la dirigencia mayor del kirchnerismo. Hace apenas cinco años, Diana Conti bautizaba a la criatura con el deseo de "Cristina eterna". Hace menos tiempo todavía, la propia ex presidenta aseguraba que iba por todo. Paradoja: las dos expresiones fueron pronunciadas en la ciudad de Rosario ante una pregunta del periodista Pablo Procopio, una, y en el acto del 20 de Junio en el Monumento a la enseña patria, la otra. Hoy no queda más kirchnerismo que en cabeza de Cristina. Y de su hijo, quizá. Pero no hay más. El kirchnersimo de alta cepa se auto devoró.

Julio de Vido pasó más de la mitad de su vida, desde que llegó a la adultez según indicaba el Código Civil vigente de la época, al lado de Néstor y de Cristina Kirchner. No hay metáfora en esto. Era su mano derecha en las obras públicas y en el dinero que ingresaba a la gobernación de Santa Cruz en los '90. Para usar la terminología macrista de hoy, De Vido era los ojos y oídos de Kirchner. Hoy está preso. El mismo y su inteligente esposa Alessandra Minnicelli dejaron claro que todos los puentes que tejían aquel lazo están dinamitados: "Cristina fue inhumana con nosotros. Julio tiene mucho que decir", le confió a este cronista en su primera aparición en los medios con más tono de amenaza que de otra cosa.

Del corazón que empezó a latir con el nombre del kirchnerismo queda poco. Oscar Parrilli, a quien le presidenta le recordó su mote insultante cuando hace pocas horas lo vio en Comodoro Py contraviniendo la orden de dejarla ir a declarar sola ("te dije que no vinieras, pelotudo", le reclamó), ronda tras polleras de la ex mandataria sin más peso que su paciencia masoquista. Carlos Zanini pena por poder caminar sin problemas por las calles de Santa Cruz. Alberto Fernández hace años que dio el portazo y Sergio Acevedo, otrora hombre de referencia, jamás quiso escuchar nada que tuviera que ver con la letra K después de su salida estruendosa, cansado del autoritarismo y los negocios oscuros. ¿Faltaría Icazuriaga o algún pingüino más? Nadie más. Quedaba De Vido. Quedaba.

Es el fin

Con los dichos de De Vido y señora de esta semana se ha sellado, en la interna de la política, el fin total del kirchnerismo. Hacia adentro y hacia afuera. No hay más lazos internos que se respeten. Hay sí diputados, senadores, dirigentes que se sienten K, caricaturas como Guillermo Moreno que ya replegaron su calificación de 10 a 8 hacia Cristina. Pero portadores del gen kirchnerista eran pocos. Todos idos, fugados o desencantados. En la externa, el resultado electoral de los comicios de octubre pasado, en donde se apostó al todo o nada, el fin de la gran carrera política de la dos veces presidenta. Será senadora ahora y en el futuro. Pero el deseo de aspirar al gran cargo nacional murió el 22 del mes pasado. La caída.

¿Y la militancia? ¿Y el sueño? ¿Y los incorporados a la política desde 12 años de gestión? Eso sigue vigente. No hay dudas. Una porción de ciudadanos argentinos se sigue enamorando de aquello que se planteaba. En muchos casos, convencidos de las ideas y espantados por haber parido con su autoritarismo la llegada de Mauricio Macri. Otro, muchos, obnubilados con el dogmatismo que gestó el kirchnerismo, no dejándolos ver esta realidad de traiciones y renuncios. El fanatismo no quiere ver lo que podría con solo abrir los ojos. Ya se sabe.

La traición no tiene reglas. Eso lo enseña la historia y debería haber sido entendido por los que hoy se sorprenden al escuchar al ex ministro de Planificación Federal diciendo que puede hablar. José López, el señor de los bolsos en el convento, debe haberse también sacudido escuchando hablar a la doctora Minnicelli. "López tenía rango de ministro. Podía firmar sin que mi marido lo supiera. ¿Qué se yo de dónde sacó esa plata de los bolsos?", dijo la ex integrante de la Sindicatura encargada de velar por la legalidad de la plata pública. 

Cuenta uno de los abogados que asistió al lanzador de dinero por los muros conventuales que fue consultado por él para saber si podía contar algunos detalles del tema en el juicio oral que está por enfrentar. "¿Así que mi jefe dice que no sabe lo de los bolsos?", le habría preguntado López a su letrado. "Si quieren, lo cuento ahora en el juicio", habría amenazado. Sin reglas (sic). 

¿Hablará De Vido?

En la descomposición del sistema que se creía eterno rige mucho este fenómeno. El temor a que la cosa sea dicha. Lo que no resulta extraño es que "la cosa" se da por consumada sin admitir prueba en contrario. El problema es si José López habla. No que lo que debe contar sea cierto. Igual con Lázaro Báez, eterno esperado por la justicia y los medios para que su timbre de voz relate lo que también se tiene por hecho incontrovertible. 

¿Hablará Julio de Vido? La curiosidad es más periodística que jurídica. Para algunos puede servir como modo de distraer la atención sobre temas centrales de estos días. Un ex integrante del poder ejecutivo que visitó al funcionario preso, alguien que lo hizo con perfil bajísimo, cuenta que vio al diputado encarcelado muy deprimido, con fragilidad física y, sobre todo, sorprendido. De Vido nunca se imaginó preso. Otra lección histórica no aprendida: el poder se acaba siempre. El poder absoluto, más rápido y trágicamente. "Julio es arquitecto", le recordó a este cronista el visitante. "Construye. Solo excepcionalmente destruye. Se demuele para tener algún beneficio u otra obra. Pero destruir por destruir no está en su naturaleza", graficó el hombre. Habrá que entender entonces todas estas movidas propias de su esposa desde el capítulo de la lealtad, de las reglas de valores internas y no de lo jurídico. 

En lo que hace puramente a la situación de las normas, ni De Vido, ni Boudou, ni ninguno de los apresados cuenta con los astros alineados. Las detenciones no parecen poder revertirse. Los motivos jurídicos están observados con la lupa del humor social y del instinto de supervivencia. Por lo primero, son un secreto a voces las encuestas que circulan por los despachos del poder que indica que 7 de cada 10 argentinos quiere ver preso al ex vicepresidente o al ex ministro de Planificación. Y por lo demás, los jury de enjuiciamiento a varios magistrados inclinan la balanza para el lado de estar atentos a los humores sociales. "¿Quién pone hoy la firma para excarcelarlos?", le preguntó un juez federal a este cronista el jueves pasado. Si es enajenante, como se dijo, pensar que importa más decir la corrupción que haberla cometido, lo es también que pese más el qué dirán social que el debido proceso más lento pero también más cercano a la justicia.

 

 

 

 

 

 

por Luis Novaresio

Abogado, periodista y conductor televisivo y radial

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