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OPINIÓN: Cristina, Carrió y la posverdad

Dichos y discursos. No importa qué se dice y cómo se dice, incluso los hechos de difícil comprobación. La emoción de las personas en torno al mensaje puede más que todo.
La posverdad es a la realidad lo que la impunidad dialéctica al verdadero debate político. No hay ninguna posibilidad de volver al camino de la discusión seria de los temas argentinos sin reconocer que hoy no hay debate sino apenas cruces, cada vez más violentos y maleducados, entre personas que no se reconocen a priori ni el menor interés por saber lo que piensa el otro. Porque sobre todo, se está dispuesto a negar lo obvio, hasta que el agua moja.
 
Antes de que Oxford Dictionaries incorporase el término posverdad (curiosidad: el corrector automático de la máquina en la que estoy escribiendo me subraya en rojo la palabra) muchos autores habían hablado de este fenómeno que, palabras más, palabras menos, supone que la realidad objetiva de un hecho es menos importante que las emociones y creencias personales que se tienen sobre él. De manera torpe y concreta: hoy es menor potente la "verdad" que lo que yo quiero pensar y sentir sobre esa "verdad". "Verdad" a gusto del consumidor, para buscarle un slogan.
 
Dos ejemplos de esta semana ayudan para comprender mejor lo que ocurre. Dos ejemplos muy distintos, de personajes políticos bien distintos por su trayectoria y, cómo no, distintos por su valoración social.
 
Cristina Kirchner se indignó ante su procesamiento por el delito de traición a la patria dispuesto por un juez que cree que el memorándum de entendimiento con Irán la puso en la lupa de esa ilegalidad. "¿A vos te parece que yo, justo yo, traicioné a la patria? Hablemos en serio", dijo en una de las entrevistas que concedió, luego de recuperar su convicción de que hablar con periodistas es uno de los caminos del deber republicano de dar cuentas de los actos. Elisa Carrió acaba de decir "pido disculpas si ofendí a alguien con lo que dije de Santiago Maldonado", aludiendo a su declaración en un debate de candidatos en el que aseguró que "hay un 20 por ciento de posibilidades de que ese chico (sic) esté en Chile con el RIM chileno".
 
La ex presidente de la Nación reaccionó apelando a las emociones y no a las razones cuando supo que en pocos días tendrá que explicar por qué mandó a firmar el acuerdo con la nación encubridora de los condenados por volar la Amia. "¿No te parece mucho acusarme de ser traidora? Dediqué toda mi vida a la función pública y algo hice, me parece. Es ridículo usar ese delito que es de la época de la Organización Nacional", dijo.
 
Cristina Kirchner sabe -porque lo sabe, aquí no cabe la duda de ignorancia jurídica- que el código penal no analiza si ella es buena gente o mala gente, si se es capitalista o comunista o si se quiere a su patria o no. Eso es el plano de lo emocional que, afortunadamente, no tiene que ver con la ley. Un juez pide saber si se cometió un delito. No si se emociona cantando Aurora frente a la bandera nacional. El mismo juez pretende saber si se cedió parte o toda la soberanía nacional creando una jurisdicción especial para que los que pusieron los explosivos en la mutual judía zafen de la sanción del código argentino. Quiere saber si se después de sellar un acuerdo, secreto primero en Aleppo con el canciller iraní, público luego con el líder Mahmud Ajmadinejad negador del genocidio judío, permitía quitar las alertas rojas de Interpol para que los imputados escondidos en la vieja Persia pudieran circular como cualquiera de nosotros. Se intenta probar en el juicio si las innumerables comunicaciones ahora conocidas entre Luis D'Elía, Khlail Jussuf, agentes de la Side y funcionarios de su gobierno pergeñaron este acuerdo como modo de impunidad.
 
Cristina lo sabe. Y entonces, ante la verdad, apela a la posverdad. A las emociones. A lo sentimientos. Cuando este cronista le preguntó si ella había instruido a su canciller para las reuniones secretas con los funcionarios iraníes, miró para otro lado y dijo: "¿Yo, traidora a la patria?", recurriendo al shock sentimental de ponerse en el lugar de acusada de perfidia antinacional.
 
¿Funciona el recurso? Sin dudas. La posverdad es la prima hermana menor del fanatismo. Dogmatiza. Hace nacer defensas desde la sangre y no desde la razón. Tuerce el discurso. Lo vira, en este caso, de la política de relaciones exteriores hacia el amor o no de la líder hacia mi bandera. "Cristina te amamos" o "Cristina te odio" es el resultado para no debatir qué pasó con el discutido memorándum.
 
En otro rango de información y de opinión, la diputada que supo ser radical, dobla un error propio y no rompe el principio de reconocer la metida de pata. "Si dañé a alguien con lo que dije, pido disculpas". Las disculpas, como las renuncias, son incondicionales. Ponerle una condición ("Si dañé a alguien") es volver a poner el dedo en la llaga del error y dejar claro que se piden las disculpas para ser políticamente correcto y no por convicción. "Para mí, no estuve mal diciendo lo que dije. Pero bueno. Si se insisten, si se molesté, ahí les dejo la disculpa", sería la formulación torpe del caso.
 
Un diputado de la Nación (mucho más un ex presidente) no puede apelar a las emociones para analizar un caso tremendo como al desaparición de una persona y creer que tiene impunidad dialéctica para decir cualquier cosa. Si Carrió sabe que hay un 20 por ciento de posibilidades de que Maldonado esté en Chile, ¿de dónde lo sabe? ¿"20 por ciento que se mide de qué forma?¿Cómo, en su calidad de funcionaria pública, no lo aporta a la causa judicial? De paso: ¿la fiscal Silvina Avila de Esquel ve televisión? ¿La citó?
 
Consciente del impacto provocado, la diputada chaqueña apeló a las emociones para justificar su mal paso. "He sido la única de ustedes (en alusión a sus adversarios electorales del 22 de octubre) que arriesgó la vida por pelear contra la corrupción. Nadie me va a dar cátedra a mí de lo que es temer estar desaparecido o muerto", dijo. La lucha de Carrió contra la corrupción es indudable y, en ciertas épocas pasadas, heroicas. Pero eso no destruye la realidad del disparate dicho ahora y de la inexistencia de la realidad que invocó. Otra vez, verdad versus emoción.
 
La posverdad, dicen los que saben, se "planetarizó" con Donald Trump en campaña y en el ejercicio del poder. Pretender vencerla en estas pampas luce bastante ingenuo. Pero quizá, en geografías menos expuestas como las nuestras, volver a discutir de las cosas y no de los que las interpretan, calificar los hechos y no los impulsos de amores o iras, nos permita abordar la realidad que, de paso, no estaría siendo la mejor.
 
por Luis Novaresio
Abogado, periodista y conductor televisivo y radial

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