Se confirmó la muerte a los 65 años del ex gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz, quien se encontraba internado en terapia intensiva luego de que se le diagnosticara COVID-19. El fallecimiento, ocurrido este domingo por la tarde, fue confirmado por el entorno del ex funcionario.
El exgobernador de Santa Fe tenía 65 años y estaba en el Sanatorio Parque de Rosario, donde había ingresado el lunes 19 de abril. Fue uno de los referentes del Partido Socialista.
De acuerdo al parte médico de ayer, sábado, cursaba “un cuadro crítico”, permanecía alojado “en sala de cuidados intensivos con el apoyo de asistencia mecánica respiratoria”. Desde el centro médico comunicaron que el paciente recibió “todas las estrategias terapéuticas correspondientes”.
El 11 de abril el dirigente político expresó en Twitter que el día anterior había empezado a sentir síntomas compatibles con la enfermedad del coronavirus, que se hizo el test y que la prueba le dio positivo. En ese momento manifestó que se sentía “bien en general” y que iba a permanecer aislado.
Hasta dos días antes de empezar con síntomas el exgobernador mantuvo su agenda habitual con reuniones virtuales y presenciales con diferentes sectores. La esposa de él Clara García también se contagió de COVID-19 pero logró superar la enfermedad.
Pragmático, personalista, hacedor
Considerado el mejor gobernador de los últimos años en la provincia, Lifschitz tenía condiciones que todos coinciden en destacar: pragmático, de una inteligencia política particular, muy personalista y un hacedor.
Sus compañeros del exigente colegio rosarino Politécnico, donde cursó el secundario, siempre recuerdan una hazaña de Roberto Miguel Lifschitz, aquel estudiante inteligente. Cuando terminaba cuarto, decidió rendir libre todas las materias del último año del ciclo para avanzar más rápido e ingresar a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Rosario.
Su vida familiar fue simple. Vivía en un departamento pequeño y sencillo del macrocentro de Rosario y ni cuando fue gobernador aparecía rodeado de colaboradores. Casi siempre solitario, como cuando llegó al hotel en Tailandia en un viaje de la Región Centro, cargando su propio equipaje.
Su impronta por la gestión quedó reflejada en sus dos mandatos como intendente de Rosario y como gobernador de la provincia. A diferencia del primer mandatario socialista de Santa Fe, Hermes Binner, a Lifschitz se le reconoce haber realizado una gestión más integral que la de privilegiar la salud pública, una impronta de sus dos antecesores del partido en el cargo. Por su condición de ingeniero civil, también encaró un ambicioso programa de obras públicas.
El menos ortodoxo entre los socialistas
Era el menos ortodoxo de la camada de socialistas que saltaron de un centro de estudiantes universitarios a gobernar primero la principal ciudad de Santa Fe y después la propia provincia.
Sus primeros pasos en la función pública fueron en la gestión municipal de Héctor Cavallero, como director general del Servicio Público de la Vivienda y subsecretario de Obras Públicas, después.
En la Intendencia de Hermes Binner fue secretario de Servicios Públicos y secretario general y coordinador del gabinete. De ahí saltó a ser ungido candidato a intendente. En esos tiempos tenía apenas una baja imagen de conocimiento a pesar de la cual logró una trabajosa victoria sobre un candidato del peronismo, que llevó varios días antes de ser reconocida.
Reelección y candidatura consuelo
En su reelección tuvo menos problema porque arrasó, en una muestra de la aceptación que consiguió tras una activa gestión de cuatro años. En la mesa de Mirtha Legrand la conductora lo colmó de elogios por lo linda que estaba Rosario y en los medios locales todos se preguntaban en broma cuántos Lifschitz había, debido a la intensa agenda de presencias que realizaba el intendente, que no faltaba a ningún acto.
En 2011 estaba convencido de que era el candidato natural de su partido para la Gobernación, Binner esa vez eligió a Antonio Bonfatti, un compañero de militancia más cercano. Lifschitz aceptó entonces la candidatura a senador provincial por Rosario, que ganó siendo el más votado de la elección. Aprovechó ese cargo legislativo para recorrer la provincia y preparar su futuro político.
Cuando le tocó finalmente ponerse el traje de candidato a gobernador, otra vez volvió a ganar por escasa diferencia, como en su primera intendencia, esta vez al candidato de Cambiemos, el ex Midachi Miguel Torres del Sel. Apenas por 1.500 votos.
Antes de asumir, la Corte de la Nación le reconoció a Santa Fe una millonaria deuda por coparticipación, que aunque todavía no pudo ser cobrada, en ese momento alimentó los comentarios que indicaban que Lifschitz siempre tenía suerte. Que no hubiera podido competir por su reelección justo cuando le hubiera tocado gestionar en pandemia, fue otro detalle para sumar a esa fama.
Durante su senaduría y después en la Gobernación, aceitó buenas relaciones con el peronismo, forjando una alianza que se mantiene. Fueron muy comentados sus encuentros en la casa del gobernador en Santa fe con referentes de los principales partidos de la provincia.
El día que Perotti asumió la gobernación, el presidente Alberto Fernández viajó a Santa Fe y también le prodigó un inesperado elogio a Lifschitz. Matías Lammens fue uno de los dirigentes del actual gobierno nacional con los que se relacionó.
En el otro costado ideológico, negoció largamente con Marcos Peña durante la gestión de Mauricio Macri y estuvo a punto de conseguir los votos necesarios para reformar la Constitución de 1962 de Santa Fe, la más antigua del país. Le pedían un gesto, que se expresara a favor del ex presidente nacional de Cambiemos si había segunda vuelta.
A cambio, tendría los votos que necesitaba en la Legislatura. Y aunque siempre fue más propenso a la estrategia que a las ideologías, nunca lo hizo y se despidió así de una posible reelección. Entonces armó de puño y letra la lista de diputados provinciales que encabezó y llevó a la victoria, en la que incluyó a varios de sus ex ministros. Mantenía un equipo propio de colaboradores, aunque siempre se reservaba la última palabra y no empoderaba totalmente a ninguno de ellos. Su sucesión en Diputados es ahora un ejemplo de esa situación.
Con el radicalismo mantuvo una alianza sólida. Su compañero de fórmula perteneció a ese partido, al igual que el ministro de Seguridad, a quien mantuvo los cuatro años en el cargo, a pesar de los niveles de violencia y el accionar de las bandas narcos en Rosario.
A nivel nacional fue el responsable de que Roberto Lavagna mostrara sus medias con sandalias en sus encuentros de hace unos veranos en Cariló. Menos celebrado fue haber sumado a esa fórmula a Juan Manuel Urtubey y que esa operación fuera más un armado personal que el resultado de una decisión de las estructuras de su partido.
La Cámara de Diputados de Santa Fe se disponía a reelegirlo en mayo en la presidencia por otro año. Y a fines del 2020 puso fin a las especulaciones y se bajó de un armado que prometía alterar la política santafesina: un frente de frentes para enfrentar al peronismo.
No sólo tenía la mejor imagen que hoy puede ofrecer un candidato en Santa Fe. Las especulaciones pasaban por saber si le convenía arriesgar ahora con una candidatura a senador, con la que tenía altas chances de triunfar, o preservarse para el 2023. Ostentaba una condición que buscan todos los políticos: además de buena imagen entre la gente, tenía el reconocimiento de sus pares, con quienes construyó una relación política difícil de encontrar en la política argentina de estos días.