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Entre las causas de muerte de chicos figura el consumo de alcohol y drogas

El asesino de sí mismo El consumo abusivo de alcohol es el primer
factor de riesgo de muerte para los jóvenes argentinos de entre 10 y 24 años. 
 
El segundo es el consumo de drogas. Los accidentes de tránsito, el suicidio y la violencia
interpersonal constituyen, además, las tres primeras causas directas de muerte en esa
franja etaria.
 
Las cifras corresponden a un estudio mundial sobre las causas de muerte
en la población joven realizado en 2016 por el Instituto para la Medición y Evaluación
de la Salud (IHME), de la Universidad de Washington, y publicado por entonces en la
británica The Lancet, la más importante revista médica del mundo.
 
A falta de estadísticas serias y confiables en el país, puede considerarse alguna posible variación
no significativa producida desde esa fecha en este ranking macabro y, quizás, un
empeoramiento en las cifras concretas. En todo caso, estos recuentos son el mapa de un
territorio trágico. Y suele ocurrir que los territorios, cuando se los recorre de cuerpo
presente, empeoran el dibujo de los mapas. Batallas entre pandillas adolescentes y
juveniles (con creciente participación de mujeres), madrugadas de epidémicos comas
alcohólicos o por sobredosis de drogas, choques y vuelcos seguidos de muerte que
riegan con sangre joven las calles y rutas de todo el país en las noches y amaneceres de
los fines de semana, suicidios de chicos y chicas y accidentes evitables protagonizados
por esa franja de la población debidos a la falta de límites y a la asunción inconsciente
de riesgos absurdos, son todas cuestiones instaladas y naturalizadas en la vida de la
sociedad. Algunos de estos episodios adquieren notoriedad. La mayoría solo se conoce
y se sufre en los círculos de allegados.
 
¿Qué pasa con los jóvenes de hoy?, se preguntan frecuentemente adultos desorientados.
“En nuestra época no era así”, acotan muchos
con cierto aire de superioridad. Desde esa perspectiva, habría un problema con los
jóvenes, o ellos mismos serían el problema que perturba al mundo adulto. Pero los
jóvenes no nacen de repollos ni son alienígenas que descienden de platos voladores
durante la noche, mientras los adultos duermen sueños inocentes, pacíficos y serenos.
 
En cualquier sociedad los jóvenes, son espejos que reflejan la realidad de los adultos
entre quienes crecen, se forman y construyen sus identidades. El caso de la manada de
machitos de Villa Gesell que segó la vida de Fernando Báez Sosa resultó la más reciente
y horrorosa tragedia de esta permanente saga que difícilmente termine ahí. Hubo y
habrá otras, en donde los jóvenes devuelven a la sociedad adulta la imagen de un
comportamiento cotidiano que se da en todos los niveles sociales, culturales y
económicos. Intolerancia, resolución violenta de los desacuerdos, anomia, abuso de los
fuertes sobre los débiles, celebración de la transgresión, complicidades criminales,
discriminación, adicciones socialmente aceptadas, estimuladas y publicitadas, negación
a asumir la consecuencia de los propios actos (el flamante ex presidente del país dio esta
semana una prueba aberrante de esta costumbre nacional), conversión de
responsabilidades propias en culpas ajenas, desconocimiento o no aceptación de
normas, leyes y límites, bullyng escolar, laboral, deportivo, estatal y de todo tipo.
 
Las imágenes se multiplican. Los jóvenes actúan sin maquillaje aquello que los adultos
disimulan con hipocresía, indiferencia y desidia. El problema no está en el espejo. Este
devuelve lo que se pone ante él, en este caso los ejemplos con los cuales se lo educa, se
lo modela o se lo incorpora al mundo en el que se desempeñará como adulto en
diferentes funciones. Si no nos gusta lo que el espejo muestra, de nada servirá
cambiarlo, taparlo, destruirlo, considerarlo fallado, ocultarlo o tirarlo por la ventana.
Hay que transformar el cuerpo que se coloca frente al espejo. Se trata de un deber
peligrosa y criminalmente pendiente para una masa crítica de padres, dirigentes y 
adultos en general. Es un deber de todo adulto frente a los jóvenes que, mientras tanto,
siguen muriendo dolorosamente en una sociedad que se acostumbró a devorar a sus
hijos.
(Fuente www.perfil.com)

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