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OPINIÓN | "Aprender a escuchar"

Actualmente el valor de la palabra, tanto escrita como hablada, y de la capacidad de escuchar al otro se encuentra en disminución. Aunque bien utilizadas pueden ser de gran utilidad, las redes sociales jamás podrán reemplazar la escucha atenta, cara a cara, que todos necesitamos en algún momento de nuestras vidas.
 
Por Bernardo Staamateas - Psicólogo, escritor y pastor.
 
¿Quién no precisa ser escuchado y consolado en tiempos de dificultad? Como cito en mi reciente libro Soluciones Prácticas, la palabra consuelo en la antigua Grecia era el término paregoría, y el adjetivo asociado a este paregórico hacía alusión a “lo que tiene la habilidad de aliviar el dolor”. Los filósofos, a través de su razonamiento y sus palabras, poseían la capacidad de consolar a otros. El famoso apóstol Pablo, cuando se hallaba en la cárcel injustamente, escribió algunas cartas donde menciona a un amigo que había sido un verdadero consuelo para él en su situación.
 
Más adelante esta palabra, que ya no se utiliza, pasó al ámbito exclusivo de la medicina. Un remedio paregórico era un calmante para el dolor. Cuando alguien nos comparte su dolor, podemos aliviar su condición por medio de una escucha con todo nuestro cuerpo. ¿Qué significa esto? Que nuestras actitudes corporales respaldan nuestras palabras, que no contradecimos lo que hablamos con lo que dice nuestro cuerpo. Sin duda, dicha actitud brindará alivio y esperanza al otro.
 
Una manera de demostrar que hemos prestado atención al escuchar, es hacer un resumen con nuestras palabras de lo que la persona nos contó. Así no tendrá dudas de que la escuchamos atentamente. Escucharnos (todos podemos aprender a hacerlo, si no sabemos) en estos tiempos en los que cada uno busca levantar su voz, tiene el poder de llevar alivio. El consuelo que tantos necesitan viene con la palabra y se potencia con la escucha. 
¿Cómo podemos los padres ser un medicamento para nuestros hijos?
 
Dándoles un abrazo, tocándoles la cabeza, dándoles una palmada en la espalda, acariciándolos (según la edad). Hablándoles palabras positivas como, por ejemplo: “Te amo, sos importante para mí, sos lo mejor que me pasó en la vida”, etc. Y también escuchándolos en un espacio seguro para que se expresen. Todo eso es un verdadero calmante para ellos. Hay padres que ofrecen alivio con palabras pero no tienen contacto físico, y mucho menos se toman el tiempo para escuchar a un niño o a un joven. Todo es necesario.
 
Todos, si estamos dispuestos, podemos aprender una nueva forma de llevar consuelo y alivio a quienes los necesitan. Cuando alguien se siente escuchado, tenido en cuenta, valorado, comprendido, se activa un mecanismo por el que la persona comienza a pensar en cómo hallar una solución a su problema. En estos tiempos es necesario repetir, en especial en esta época que vivimos a nivel mundial, que la escucha sincera genera esperanza. Nada tan terapéutico como contar con un espacio donde ser escuchado.
 
Todos, sin excepción, podemos convertirnos en un remedio para los demás pero, en este caso, sin efectos secundarios. Porque todos, sin saberlo, somos apóstoles. ¿Qué quiere decir esa palabra? No se trata de un título sino de una tarea. Un apóstol es aquel a quien se le asigna una misión especial. En griego, el término apostello (enviado con una tarea) se empleaba para el embajador enviado por el gobierno.
 
Todos los seres humanos vamos detrás del amor. Por eso, frente al dolor, a los problemas y dificultades, que vemos a diario en medio de banderas de todos los colores, recordemos que se necesitan apóstoles (gente enviada a una tarea) y, sobre todo, personas que sepan escuchar.
 

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