(Publicado en La Nación, domingo 29 de febrero de 2004)
Hoy se pretende despenalizar el aborto poniendo el acento en supuestos derechos de la madre, pero callando lo que significa aceptar que se elimine a un ser humano que no tuvo la suerte de ser engendrado en otras circunstancias o que padece alguna enfermedad.
Podría llegar a aceptarse que la mujer tiene derecho a disponer de su cuerpo, lo que no significa aceptar que disponga de la vida del hijo. Porque si bien es cierto que durante la gestación la madre le proporciona las condiciones para que crezca y se desarrolle, el hijo, desde su concepción, es una persona única e irrepetible, que está cumpliendo una de las etapas del ciclo vital del humano y posee un código genético propio que rige su desarrollo.
En el debate se hace hincapié en las circunstancias adversas que pueden llevar a la madre a decidir poner fin a la vida de su hijo, pero ¿no sería más razonable actuar sobre las mismas, antes que proponer la despenalización de un delito? ¿Se cree, acaso, que la pobreza o la enfermedad se combaten eliminando a los pobres y a los enfermos?.
Quienes promueven este tipo de leyes apelando la defensa de los derechos de la mujer, ¿no advierten que, en realidad, están propiciando que el Estado se desentienda de su obligación ante los problemas de fondo de la embarazada (ignorancia, pobreza, violencia, soledad, etc.) y de su hijo? ¿Tienen en cuenta la trampa que significa para una mujer hacerle creer que un aborto es un hecho más en su vida?.
No se pueden ignorar las distintas circunstancias que pueden llevar a una mujer a abortar. Sin duda, se tratará de situaciones dolorosas que requieren acción concreta del Estado y el compromiso y solidaridad de la sociedad para subsanarlas. Pero la solución no puede pasar por eliminar al indefenso, al inocente.
Por otro lado, es importante recordar que la adversidad es parte de la vida; que todos somos hijos o nietos o bisnietos de una mujer que no abortó; que en nuestra genealogía seguramente existió una mujer que aceptó un hijo no deseado; que lo defendió a pesar de no saber cómo iba a mantenerlo; que vivió en medio de una guerra o durante el hambre de un sitio; que fue violada; que enfrentó la ignominia o el
desprecio y que soportó obstinadamente los argumentos de quienes la rodeaban.
Esas mujeres no tenían, ni tienen, una marca especial en la frente. Todos conocemos algunas. Todas eran o son mujeres comunes, con las mismas debilidades y flaquezas. Pero, sin embargo, ¡qué coraje el que un día invadió su corazón y que las llevó a hacer frente a la adversidad y a construir a partir de la misma!.
No cabe duda que se necesita mucho valor para defender a un hijo en ciertas circunstancias. Se necesita de abnegación, altruismo y amor, cualidades posibles de cultivar y desplegar por el ser humano. Y las mujeres conocemos de estas cualidades. La solución al problema de la pobreza, de la morbimortalidad materna, de la violencia, de las adolescentes embarazadas, etc. no pasa por despenalizar el aborto, ya que no es razonable dejar de considerar un delito la muerte intencional de un inocente. Pasa, mas bien, por que el Estado se haga cargo de los débiles, los necesitados, de controlar la violencia y el hambre y, por otro lado, por la Educación.
Es preciso desarrollar programas educativos que promocionen la salud integral. Estos programas no pueden tener como objetivo intentar eliminar las consecuencias de conductas de riesgo, sino que deben buscar potenciar el desarrollo integral de las personas, lo que significa desarrollo pleno: físico, psicoafectivo, espiritual y social. Una propuesta concreta y sencilla podría ser fomentar los programas de
reconocimiento de la fertilidad, dirigidos a mujeres en edad reproductiva, los cuales presentan beneficios probados. Mediante los mismos las mujeres logran vivir su fertilidad como una riqueza que es posible administrar y no como un enemigo que es necesario controlar o eliminar.
En un momento histórico en el que en el mundo se enarbolan las banderas de los derechos humanos más variados, resulta sorprendente que no se considere con mayor seriedad el derecho que hace posible todos los demás: el derecho a la vida.
Zelmira Bottini de Rey.
Médica Pediatra UBA.
Investigadora Instituto de Bioética
Fac. de Ciencias de la Salud. UCA