Esto está ocurriendo con el llamado lenguaje inclusivo. Sus propiciadores primero intentaron injertar la arroba, que, aclaremos, no es un signo lingüístico y que valía tanto como escribir "amigH2Os". Luego ensayaron con la "x", ("amigxs"), letra impronunciable si carece de apoyo vocálico; más tarde, intentaron con la "e" ("amigues") y ¿por qué no habrían de probar con la "u" o la "i"...? En el andar, el feminismo mal entendido salió al paso con su obsesión por la "a" final, ignorando que disponíamos de un buen caudal de voces con "e" para identificar ambos géneros: "presidente", "cliente". Y, en su obsesión, difundieron "presidenta" y "clienta", pero, arbitrariamente, mantuvieron "poeta" y "atleta" y dejaron las terminadas en "e" para lo masculino. Esto podría definirse como un matete y revela cierta carencia de criterios lingüísticos firmes.
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