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Las consecuencias negativas que provocan las quejas sistemáticas en nuestro cerebro

Los reclamos constantes pueden conducir a la inacción. Gastamos demasiado tiempo en lamentarnos y, al final, no hacemos nada por solucionar lo que nos preocupa.
 
El cerebro humano está diseñado para detectar peligros y evaluar riesgos y esto es algo que nos ha permitido sobrevivir como especie. Sin embargo, hoy tendemos a ver como situaciones amenazantes acontecimientos que no suponen un peligro en realidad por lo que vivimos en constante alerta.
 
Zaidy Di Franco, terapeuta y coach de Santo Domingo, explica una reflexión sobre el hábito de quejarse, destacando que se trata de una conducta aprendida que, en muchos casos, puede ser transmitida de generación en generación.
 
“A menudo, heredamos el hábito de quejarnos de nuestros padres, abuelos o incluso de la sociedad, ya que vivimos en una cultura donde prevalecen las quejas en lugar de una mentalidad orientada a resolver problemas o mejorar las situaciones”, afirma.
 
“Si una persona se queja mucho de sus relaciones personales, posesiones materiales o problemas laborales, puede convertirse en un asunto serio, sin duda”, asegura Amanda Levison, terapeuta y psicóloga norteamericana. “A largo plazo, puede convertirse en un pensamiento automático y reiterativo en el que ya no exista ninguna conciencia sobre lo que dicen”.
 
Un estudio de la universidad de Stanford indagó en cómo las quejas afectan a nuestro cerebro. Quejarse provoca tres consecuencias negativas a nivel neurológico:
 
  • La exposición a 30 minutos de quejas por día hace que liberemos cortisol y adrenalina, que son las hormonas del estrés. Esto empeora nuestro estado de ánimo y capacidad cognitiva. Gracias a las neuronas espejo, que provocan que nuestro cerebro imite de forma inconsciente los estados de ánimo de quienes nos rodean, esto pasa no solo con nuestras quejas, sino también con las de quienes nos rodean.
  • Esta exposición también provoca un daño físico: se reduce el hipocampo, que es la parte del cerebro que se utiliza para la resolución de problemas. Esta reacción también implica un deterioro del funcionamiento cognitivo.
  • Por último, nos sumerge en un círculo vicioso; sabemos que las neuronas se asocian y construyen puentes entre ellas. Por eso, quejarse repetidamente reconfigura el cerebro para que sea más fácil encontrar quejas en el futuro. A la larga, se vuelve más fácil ser negativo que positivo, ya que se convierte en nuestro comportamiento por defecto.
 
El Dr. Travis Bradberry, psicólogo de la Universidad de California y autor del libro Inteligencia emocional 2.0, sugiere cultivar una actitud de gratitud. Esto se hace desplazando tu atención hacia algo por lo que se esté agradecido cuando aparecen ganas de quejarse.
 
Sin duda, ser consciente del hábito malsano de quejarse sin descanso e intentar cambiarlo es esencial para mejorar la calidad de vida. Es un objetivo que forma parte del crecimiento personal de cada individuo y que se puede reforzar con el apoyo de la terapia psicológica.

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