Vivimos en la era de las fake-news y, de forma constante leemos cantidades abrumadoras de información, donde cada vez es más dificultoso discernir con claridad aquellas reales de las que no lo son. Sin embargo, mayormente, nos basamos en la información oficial; estadísticas, cuidados, recomendaciones, etc. la que es brindada por los gobernantes. Adquiere entonces, esta comunicación “oficial” y unilateral, queramos o no, una categoría diferenciada al resto de la información. Eso puede conducir a asignarle más valor y, por lo tanto, muchos pensarán que tenemos que creerle (¿tenemos?).
El Estado ha tomado un papel protagónico y se ha convertido en informante y protector de los pueblos. La contabilización de fallecidos por el COVID-19 es la que el gobierno dice y no otra, pero… ¿cómo saberlo a ciencia cierta? Lamentablemente nadie puede saberlo. Pero a todo esto se suma que con la crisis sanitaria que azota al planeta entero, han resurgido con fuerza voces fantasmales reivindicando ideas colectivistas que no hacen más que dañar a la sociedad. Muchos políticos quieren tomar partido de la situación actual para traer nuevamente a debate fracasadas ideas respecto del manejo de la economía y la cultura.
Y es que estas personas se aprovechan del miedo y la incertidumbre imperante en el escenario mundial y nacional. La paranoia que saca a flote las inseguridades del individuo sirve para justificar viejas ideas totalitarias que ensanchan a un Estado teóricamente protector, héroe de los indefensos pueblos ante un fatal y diminuto enemigo invisible. Estas viejas ideas traen implícito el agigantamiento del Estado como papá guardián del pobre individuo.
El problema que se presentará con posterioridad es que dirán que para que ese padre protector pueda actuar de manera efectiva necesitará de recursos y, más allá de la crisis económica que ya estamos sufriendo, igualmente esta misma servirá de justificación (realmente es una excusa) para llevar más dinero a las arcas públicas. Para quitarle al comerciante, al vecino, al jubilado aún más de lo que el Estado ya quita. Es decir, para aumentar la presión tributaria, incluso aún durante una economía que languidece. Aumentar los impuestos no es más que una de las tantas formas de achicar las libertades individuales del ser humano.
Sucede que, en teoría, de acuerdo con el sistema de representación parlamentaria, son los mismos ciudadanos los que asumen instaurarse nuevos tributos. Sin embargo, bien se sabe cómo funcionan los asuntos legislativos. Pocas veces se respeta la real voluntad popular; el parlamentario encontrará sobradas supuestas justificaciones para, una vez pasada alguna posible amnistía fiscal (¡si es que la hay!), ir en búsqueda de
nuevos fondos fiscales y, lo peor, es que muchas personas racionalizarán aquella decisión porque, el miedo seguirá latente y obnubilará cualquier juicio medianamente razonable.
Todo esto no es nuevo. Las crisis son siempre aprovechadas políticamente para aumentar el control y el dirigismo Estatal, en resumidas cuentas, lo que siempre se pide es “poner el hombro” y soportar otra vez un poco más; que es lo que vienen haciendo los argentinos desde hace décadas. El esfuerzo verdadero y valedero será mantenerse estoicos ante la futura avanzada política, que no pretende más que continuar arrancándonos más y más libertades individuales. El verdadero desafío es entonces, hacer frente a ese miedo, detenerlo, para luego resistir con necesaria fortaleza la embestida que viene.
Nacido en Gualeguaychú, Entre Ríos (Argentina) es profesional de las ciencias económicas, especializado en impuestos. Magister en Hacienda Pública y Tributación. Con más de 12 años de experiencia en la profesión, también se ha desempeñado como profesor universitario en materia tributaria y, actualmente, como investigador universitario en asuntos económicos. Autor del libro: Corona Fobia, La otra cara de la amenaza (Amazon.com Kindle Books)