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Inauguraron mural homenaje a María Elena Peter, desaparecida en la dictadura militar

El secretario de Derechos Humanos de la Provincia, Antonio Curciarello, encabezó el acto en General San Martín donde se inauguró un mural en recuerdo de María Elena Peter, quien aún hoy se encuentra desaparecida por el accionar del terrorismo de Estado durante la último gobierno de facto.
 
Peter, oriunda de la localidad, fue secuestrada en noviembre de 1977 en la Provincia de Buenos Aires junto a  su marido Armando Fioritti, quien también está desaparecido. Al momento de secuestro tenían una hija, Margarita, que tenía poco más de un año de edad. 
 
El mural homenaje a Maria Elena Peter
 
La obra estuvo a cargo del muralista Juan Manuel Giménez, con la colaboración de la directora de Coordinación de la Secretaria de Derechos Humanos, Ana Inchaurraga, de Margarita, y vecinos.
 

María Elena Peter en la mirada de Guillermo Quartucci, un amigo

 
María Elena Peter y Armando tenían 33 años. Tenían una hija llamada María Margarita.
 
La pareja fue secuestrada en Morón. No hay testimonio de su paso por un Centro Clandestino de Detención.
No sabía que María Elena Peter fuera una desaparecida de la dictadura genocida, hasta que, a raíz de la reapertura de los juicios a los represores por la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida, en 2003, empecé a buscar información sobre aquellos hechos lejanos en el tiempo y el espacio, primero en Internet y desde México, donde resido desde hace casi 33 años, y después en viajes sucesivos a Argentina, donde tuve oportunidad de hablar con sobrevivientes y testigos de aquellos actos de barbarie. Es así como apareció el nombre de María Elena, a quien había conocido en 1964, cuando ambos ingresamos a la carrera de letras en la Universidad del Sur, en Bahía Blanca. Sabía que María Elena era oriunda de General San Martín, La Pampa, y como mi interés se focalizó en la represión en esa provincia -allí se ubica Jacinto Aráuz, lugar donde ocurrieron los lamentables hechos del 14 de julio de 1976 de los cuales fuimos víctimas algunos profesores y personas relacionadas con el Instituto José Ingenieros- el nombre de María Elena apareció, ante mi incredulidad, entre los desaparecidos pampeanos. No había vuelto a saber de ella desde aquellos días lejanos de nuestra vida universitaria. Es muy doloroso que su nombre haya resurgido en mi vida por algo tan terrible como fue su desaparición forzada. Habría preferido saber de ella por motivos más acordes con nuestro derecho inalienable a tener una vida plena y prolongada.
 
Desde que nos graduamos como licenciados en letras, hacia fines de la década de 1960, no había vuelto a saber nada de María Elena. Incluso no sé si ella llegó a terminar sus estudios, pues el onganiato, anticipo de lo que vendría después, truncó la carrera de muchos compañeros militantes. Debo aclarar que, aunque habíamos cursado juntos gran parte de las materias de la carrera, no éramos precisamente amigos. Ella era una persona con una clara militancia de izquierda, de una tremenda lucidez, y yo, un estudiante avispado, pero un poco al margen de la política universitaria, por los menos en esos años en que la dictadura militar de Onganía imponía la abstención. Sin embargo, ambos reconocíamos en el otro esa cosa intangible que hace que las personas se caigan bien. María Elena era una estudiante muy aventajada que no parecía tener dificultades con las materias, aunque era bastante obvio que el eje de su existencia no pasaba por graduarse con honores, como el de tantas compañeras de la carrera. Es más, había algo en ella que evidenciaba que su paso por el recinto universitario era sólo un medio para acceder a algo más trascendente, lo cual estaba en consonancia con su rechazo del autoritarismo y de la falta de espíritu crítico que nos aquejaba a tantos argentinos.
 
En su aspecto físico, María Elena no difería demasiado de otras compañeras de letras y hasta podría haberse dicho, que en cierto sentido, las aventajaba: siempre impecablemente vestida, maquillada y peinada; sus ojos verde-grisáceos; sus blusas y sus tacos altos, nada hacía pensar que detrás de su apariencia se ocultaba un espíritu sensible a las injusticias sociales, menos tratándose de alguien proveniente de una pequeña y perdida comunidad de la provincia de La Pampa. ¡Cuánto se equivocaban quienes no llegaron a conocerla!
 
Valga éste como testimonio a su memoria de alguien que no la olvida.
 
Guillermo Quartucci
México, D.F., 15 de abril de 2009
 
 
 

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