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Llamas de Madariaga y una vida dedicada al oficio: “Hoy el periodista se cree más importante que la noticia”

Fuente: Infobae Cultura
Acaba de publicar “Serás periodista”, un libro que recoge sus mejores entrevistas a grandes personalidades del siglo XX. Pese a sus cuestionamientos, en una conversación telefónica desde Punta del Este, donde vive hace diez años, el gran conductor dijo que sigue creyendo que el periodista es un intermediario. Así y todo, asegura que, aunque hay mucha soberbia, “el periodismo no está perdido”
 
Son años, décadas, muchas décadas, más de medio siglo en ese ir y venir, viajes, coberturas, temporadas lejos de la familia y de los amigos, en que Enrique Llamas de Madariaga estuvo sumergido en el periodismo. Para que nada sea en vano, para poder “explicarles a mis hijos por qué pasé muchos años (¿o debería decir los perdí de estar con ellos?) viajando por el mundo para contar la vida de los otros”, comenzó a escribir una suerte de memoria activa. “Juntaba papeles, recuerdos, notas que iba metiendo en un cajón de escritorio, cosas que me llamaron la atención y que no quería olvidar”, cuenta del otro lado del teléfono, desde Punta del Este, donde vive hace diez años. “Yo soy de la época de la Olivetti. Algunos textos los tenía escrito a máquina, y otros, los más recientes, los escribía en la computadora”.
 
Un día sus hijos encontraron ese gran archivo. “Papá, esto lo vamos a convertir en un libro. Hacele un prólogo o una entrada. Te lo vamos a regalar cuando cumplas los 80″. “Y le hice un prólogo, le agradecí a Aldo Sessa, que es un viejo amigo, la foto de tapa y mis chicos lo llevaron a la imprenta y me regalaron el libro para mis 80. Eso fue todo”, cuenta con algo de orgullo y algo de pudor. Así nació Serás periodista, un repaso de anécdotas, crónicas coyunturales, postales de época, las principales entrevistas de su carrera, momentos buenos, momentos malos: una trayectoria extensa y sinuosa resumida en 224 páginas. “Esto no intenta ser una autobiografía, sino una especie de taccuino, de esos que llevaban los antiguos viajeros y en los que iban anotando sus impresiones y vivencias”, escribe en el prólogo.
 
En Serás periodista desfilan grandes figuras del siglo XX. El papa Juan Pablo II, el empresario Nelson Rockefeller, el ex presidente de la Chile socialista Salvador Allende, los ex primeros ministros de Israel Isaac Rabin y David Ben-Gurión, el creador de la bomba atómica Robert Oppenheimer, el ex presidente francés Jacques Chirac, la empresaria argentina Amalia Fortabat, el actor Anthony Quinn, Arturo Frondizi, Fidel Castro, Jorge Luis Borges, Raúl Alfonsín, Pablo Neruda, Luciano Pavarotti, la Madre Teresa de Calcuta y Guillermo Vilas son sólo algunos de los tantos nombres que recorren las páginas, entre anécdotas, largas confesiones o pequeños retratos que unen un hilo introspectivo y quizás hasta inconsciente que hace el autor sobre una pregunta clave: para qué sirve el periodismo.
 
“Serás periodista”, fue lo que le dijo el escritor español Salvador de Madariaga, que en 1957 vino a Buenos Aires a dar una serie de conferencias. Al enterarse de la visita, su abuela le dijo que él tenía que ir a ver a aquel prestigioso escritor, que era su tío abuelo. Enrique tenía 18 años recién cumplidos, estudiaba Derecho y aquel pariente narrador le producía sentimientos encontrados: odiaba sus libros sobre Cristóbal Colón, Hernán Cortés y Simón Bolívar que le habían hecho leer de chico, pero algunas de sus novelas le gustaban mucho. Fueron varias las mañanas que fue al hotel City, en la calle Bolívar, a hablar con él. Luego de conversar mucho y de conocerse tanto, el hombre le preguntó cuál era su sueño. “Voy a ser abogado”, le dijo. “No, niño, que tú vas a ser periodista... Serás periodista”.
 
Enrique Llamas de Madariaga nació en Buenos Aires en 1939 porque su madre, por una complicación en el embarazo, tuvo que ser trasladada a la capital. Pero a la semana, cuando todo estuvo bien, la familia volvió a Formosa. Allí estuvo hasta los trece años, cuando murió su padre y fue inscripto en una escuela de pupilo en Ramos Mejía. Al terminar el secundario, eligió la carrera de Derecho. “Estaba en la facultad, como muchos de los estudiantes, y me ganaba unos pesos haciendo encuestas en la plaza: a quién va a votar, qué va a ser, esas cosas. Yo notaba que cada vez me interesaba más estar en contacto con mucha gente, ver qué decían, qué opinaban, y se lo comenté a un amigo mío y me dijo: ‘vení, vamos a comer que te voy a presentar al subdirector del diario Clarín, que se llama Roberto Caminos’”, cuenta.
 
“¿Se anima a hacer una prueba?”, le dijo Caminos. “En ese momento te hacían la famosa prueba de los treinta días y una vez transcurrido ese tiempo te decían si te ibas a tu casa o si te tomaban permanente. Y le dije: ‘A eso vine’. Y empecé. Pasaron los treinta días y cuando llegó el momento me citaron y me dijeron: ‘Quedate’. Empecé como reportero, esa era la categoría, y dejé los estudios con la promesa de siempre a mi madre de que algún día me iba a recibir de abogado, pero me dediqué de lleno a esta profesión que he amado siempre”, asegura. A los 22 años llegó a ser secretario en Clarín y desde entonces se dedicó a explorar distintos formatos que lo llevaron a ganar varios Martín Fierro, dos premios Konex, tres Cruz de Plata Esquiú y dos Santa Clara de Asís.
 
En radio hizo Belgrano Show por Radio Belgrano; Periodismo con todos y Sexta Edición por Rivadavia; Buenos Días Argentina por Radio Argentina y Buen Día América por Radio América. En televisión condujo los programas Videoshow y El mundo en Llamas durante la década del ochenta, y en los noventa fue el conductor del noticiero de América con Denise Pessana, con quien luego se casó y trabajaron juntos en muchos proyectos, como el que tienen ahora, en Punta del Este, Uruguay: Coincidencias, por Radio Millenium. De alguna forma, toda esa trayectoria está presente en el libro, así como también la indagación sobre la profesión: en el prólogo sostiene que el objetivo era narrar su vida, “no como protagonista, sino como testigo, que es en síntesis la definición del oficio del periodista”.
 
—¿Un entrevistado que lo haya emocionado?
 
—La Madre Teresa me emocionó mucho. A veces las circunstancias te superan.
 
—¿Alguien que lo haya impactado?
 
—La charla con Robert Oppenheimer me dejó shockeado, cuando le pregunté qué sintió cuando explotó la bomba en Hiroshima. Me recitó el Gītā, el texto sagrado hinduista. Eso me golpeó mucho.
 
—Imagino que hay más.
 
—Sí. Una charla que tuvimos Félix Laíño y yo con el papa Juan Pablo I me impresionó mucho por la respuesta que nos dio. Le pregunté: “Somos periodistas, ¿tenemos que decir siempre la verdad?” Me contestó: “No siempre en cualquier lugar, ni en todo momento ni a cualquier persona”. Yo pensé: qué fenómeno en la respuesta, me contestó todo y no me dijo nada.
 
—¿La personalidad más avasallante que le tocó entrevistar?
 
—Castro. Fidel Castro. Sin dudas.
 
—¿Alguien de quien tenía una idea y luego de entrevistarlo cambió de opinión radicalmente?
 
—Neruda, tal vez. Pablo Neruda. Lo vi varias veces. Te destrataba... Yo le tenía una gran admiración pero ¡te destrataba como loco!
 
—¿Algún entrevistado que lo sorprendió para bien?
 
—Bueno, Salvador Allende era un tipo muy cálido que te hacía pasar a su casa, te agarraba del hombro. Ese entrevistado me gustó mucho. Pero quizás el más cálido, y de quien yo me hice muy amigo, fue el pintor Carlos Páez Vilaró.
 
—¿Y argentino?
 
—Tengo muy presentes las charlas con Illia. Eran horas y horas. Aunque no eran charlas, era escucharlo, porque agarraba el hilo y seguía.
 
—Otro radical: Alfonsín.
 
—Yo me peleaba mucho con Alfonsín. En su época me prohibieron trabajar en medios oficiales. Unos muchachitos que él tenía ahí, en Prensa. Se hacían una listas en esa época, las hacía una señora que se llamaba Nélida Baigorria, que decía: “éste trabaja, éste no trabaja”. Y pasaron los años y fui a verlo un día y le dije: “Mire, usted nunca me dejó trabajar, pero le voy a pedir un favor: ¿no quiere ser columnista mío? Hay que mirar hacia adelante”. Me abrazó y fue el columnista con mayor asistencia. Todos los miércoles a las ocho de la noche aparecía Alfonsín en el estudio y decía: “Hola, Enriquito”.
 
—El radical que queda: Frondizi.
 
—Era un talento, aunque un poco maquiavélico.
 
—¿Y Perón?
 
—A Perón le ibas a hacer una pregunta y te contestaba lo que se le daba la gana. Se iba por las ramas, te llevaba, te bajaba. Era cautivante el viejo porque era un tipo con unos dotes de orador fenomenales.
 
A esa larga trayectoria, como un tren a fondo, le tocó pasar la dictadura. La noche del 30 de abril de 1976, golpean la puerta de la casa. “Policía Federal”, se escucha del otro lado. “¿Qué pasa? ¿Qué pasa?” “Abra, abra urgente. Policía Federal. ¡Abra!”. Lo agarraron del brazo y lo metieron en una Rural Ford color ladrillo, en el medio del asiento de atrás y le bajaron la cabeza para que no viera por dónde iban. Le sacaron los documentos, el reloj, la lapicera. “Tengo carné de periodista, estoy acreditado ante ministerios”. “Ya lo sabemos”. En la radio se escuchaba la voz de Juan Alberto Badía. Ya habían desaparecido varios de sus amigos y colegas. Y seguirían desapareciendo. Él, como periodista, se enteraba cuando los militares habían marcado a alguien. A muchos los alertó, a otros los escondió en su casa unos días.
 
A muchos los ayudó a exiliarse. Cuenta en el libro que, “en medio de todo eso, yo ayudaba a salir a gente del país. Deben haber sido quince personas, por lo menos. Recibía información de alguien a quien iban a ir a buscar, le avisaba y nos íbamos a Aeroparque, con una cámara del canal; eran cámaras muy grandes, llamadas Auricon. Le ponía la cámara en el hombro a la persona que estaba ‘marcada’ y decía: ‘Rápido, tenemos que embarcar para hacer una nota urgente en Montevideo’. Siempre llegábamos a Aeroparque cuando estaban cerrando la lista de pasajeros para hacerlo todo rápido. Y nos íbamos a Montevideo. Ahí se bajaba el hombre amenazado. Yo esperaba unas horas y volvía con la cámara”.
 
Esa noche, la Rural Ford se detuvo en un espacio de la Fuerza Aérea sobre la Panamericana. Antes de bajarlo le pusieron algodón en los ojos, le vendaron la cabeza y arriba le colocaron una capucha. “Sin mediar una pregunta y sin decirme absolutamente nada, me torturaron, me pelaron los pies, me rompieron las costillas, me rompieron la boca y la nariz, me dejaron un ojo prácticamente fuera de órbita. No atinaba a pensar en nada. No se puede pensar en nada. No pensás en nada más que en el dolor o dónde va a ser el próximo golpe, la próxima patada”, escribe. Cerca de las seis de la mañana lo subieron subieron al auto y lo tiraron en Warnes y Panamericana. “Tenía la cara inflada, era todo yo un moretón, la ropa llena de sangre, y hacía señas a los autos y colectivos, pero no paraba nadie. Nadie”.
 
Un colectivero frenó, lo dejó en una comisaría de San Martín. “Es todo lo que puedo hacer”, le dijo. Lo atendió un suboficial. Le pidió que se lave y que llame a alguien que lo vaya a buscar. “Acá usted nunca entró”. Mientras esperaba que llegara su esposa de entonces con un matrimonio amigo, apareció un jeep con militares. El policía le dijo que se metiera en una celda y que se quedara boca abajo: ”Escóndase. Que no le vean la sangre en la camisa”. Nunca supo si era rutina o si lo estaban buscando. Lo que sí recuerda es lo que dijo el policía cuando los militares señalaron la celda donde estaba: “Un punguista, no pasa nada, oficial”.
 
Ahora, del otro lado del teléfono, Enrique Llamas de Madariaga es escueto: “Fue una época muy, muy fea. Y a partir de ese momento me rescataron, por suerte. Fue Jorge de Lorenzo, que tenía una agencia que hacía publicidades, donde se inventó Videoshow con Cacho Fontana, y me dijeron: ‘Mirá, vos acá dentro del país no podés hacer ninguna nota. Rajate’. Y estuve años yirando. Cada vez que venía a la Argentina en esa época venía con temor. Porque el miedo no te lo sacás”.
 
¿Qué significa hacer periodismo hoy? Lo que lamenta no haber vivido, dice, son “los fabulosos avances”. “Nosotros íbamos a pedir por favor a los pilotos de Aerolíneas con las azafatas: ‘tome, le doy esta lata de película y entréguela en el mostrador que una moto la va a ir a buscar’. Y hoy con los satélites están transmitiendo con un teléfono minúsculo lo que está pasando en cualquier lugar del mundo. El avance ha sido espectacular. Me hubiera encantado manejarme así con las transmisiones en vivo. Esa es la única nostalgia que me da”. Pero esta actualidad tienen sus problemas: “No hay más intermediarios, como los había en mi época, como creo yo que tiene que ser un periodista. Son todos maravillosos editorialistas, columnistas centrales fantásticos, sí, todo lo que vos quieras, pero mi escuela y mi estilo son diferentes. Como el médico es intermediario de la salud, nosotros somos intermediarios”.
 
“Hoy el periodista se pone por delante de la noticia, se cree más importante. Está el que se hace el autorreportaje. Eso me parece de una petulancia feroz, y triste. Yo soy de la época de Félix Laiño, así entiendo el periodismo: sin primeros violines. Vos hoy tenés una nota fenomenal y podés ser el primer violín de ese día. Al día siguiente se cae un avión y vos lo viste y sos el primer violín de ese día. Y así tiene que ser”, agrega desde Punta del Este. Se fue en 2011. ¿Por qué? “Muchas cosas. Primero, no me daban trabajo porque decían que yo tenía que bajar unos cambios, que no entendía, que el gobierno, que la publicidad... Entonces dije: ‘chau, me voy’. Busqué trabajo en otro lado y me miraban de costado. Después de eso me robaron en mi casa. Yo vivía a veinte, treinta metros de la garita presidencial y me limpiaron mi casa. Después me tirotearon el auto en Panamericana. Ahí me dijo mi mujer: ‘Enrique, ¿qué estamos haciendo acá? Vámonos’. Y nos fuimos. Tenía un departamentito acá y me quedé”.
 
“Extraño a la Argentina —confiesa—, pero no tengo muchas ganas de volver. Creo que la gente se ha puesto muy agresiva. De todas maneras, acá estoy, a distancia de Buenos Aires, mucho más cerca que Catamarca. Mucho más cerca. Cuando tengo hacer algo o hay algún cumpleaños de mis hijos, voy. Pero estos dobles mensajes de la Argentina de ‘hagámoslo todos unidos y el que no hizo esto es porque odia’, y yo digo: ‘¿a qué están jugando?’. Eso me quita las ganas. Me duele mucho la Argentina. La quiero mucho y me duele mucho”.
 
Al periodismo de hoy, sostiene, lo ve “muy compartimentado”. “Vos te encontrás con Argentinas diferentes según el canal o la radio que prendés. Cuando llegás a un país una de las primeras cosas que hacés es leer un diario. Cuando alguien llega a la Argentina y el kiosquero de Ezeiza le ofrece simultáneamente La Nación y Página/12, el que está desprevenido dice: ‘¿pero cuál de los dos es la Argentina?’ Lo mismo si ves C5N y TN: ‘¿cuál es la Argentina de estas dos?’ Y esto es lo que falta, la consigna común y abandonar la soberbia, porque hay mucha soberbia en el periodismo, lamentablemente... Pero el periodismo no está perdido, porque mucha gente con la que hablo piensa exactamente lo mismo. Va a llegar un momento, espero, de equilibrio. Lo espero ansiosamente. Es lo que le falta al país.”