Imprimir esta página

OPINIÓN | De la vigilancia de alumnos a la construcción de una sociedad empoderada

Se debería repensar nuestro sistema de educación, adaptándolo ya no a una enfermedad coyuntural como el Covid-19.
La estructura general del sistema educativo envía un mensaje no siempre consciente que forma a un tipo de individuo irresponsable para consigo mismo.
 
Por Mauricio Vázquez - Politólogo, consultor y docente.
 
En las últimas semanas, todo el sistema educativo público y privado, prácticamente en todos sus niveles y modalidades, sufrió la irrupción del Covid-19 como un desafío adaptativo sin precedentes. En pocas horas, docentes, directivos, cuerpos pedagógicos, y demás integrantes de los distintos estadios de enseñanza, se vieron compelidos a adaptar programas, estrenar plataformas digitales, capacitarse en nuevas metodologías, modificar exámenes, y demás requisitos para poder sostener con “normalidad” (y aquí las comillas son fundamentales), el andamiaje formal e informal de educación y capacitación de todo nuestro país.
 
La proeza no tiene antecedentes, y si no fuera porque la propia pandemia y sus consecuencias sanitarias y económicas ocupan nuestra atención con prioridad absoluta, no habríamos podido dejar de destacar este proceso como uno los tantos hechos extraordinarios a los que nos hayamos expuestos desde el surgimiento de esta crisis.
 
Sin embargo, esta nota no se centra en señalar lo novedoso sino lo que aún en tiempos tan extraños, sigue permaneciendo como una constante: una matriz de incentivos invertida que sesga la relación alumno-sistema educativo de forma tal de convertir al primero en un eterno niño y al segundo en un eterno padre.
 
En paralelo con las adaptaciones que mencionábamos al principio, se produjo también una multiplicación de mecanismos formales e informales para controlar a distancia el avance de cada alumno en sus estudios, su “asistencia a clase”, la apropiación de contenidos, la sostenibilidad de sus lecturas, y demás aspectos propios del proceso de aprendizaje. Con naturalidad, decenas de miles de docentes nos abocamos a la tarea de vigilar (el vocablo foucaultiano no es inocente), cuán comprometido se haya el educando con respecto a su propia educación.
 
Dejando de lado el caso de los cientos de miles de menores de edad para los cuales, quizá (y este quizá incluso debiera ser desafiado), esta pregunta no resulta del todo pertinente, nos surge entonces el siguiente interrogante: ¿qué incentivos subyacen implícitos y sin interpelación consciente en un sistema educativo en el cual los educadores deben estar más pendientes del proceso de aprendizaje que los propios educandos?
 
O, dicho de otro modo: ¿qué tipo de sociedad construimos cuando los adultos que asisten a los diferentes estadios del sistema educativo formal e informal (incluso afrontando cuotas onerosas), deben ser corridos de atrás para que aprendan y se capaciten?
 
La enseñanza no se produce solo en las lecturas o los contenidos de los programas. Tal como supo expresar en la ya trillada sentencia Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. En tal sentido, consideramos que la estructura general del sistema educativo envía un mensaje no siempre consciente que forma a un tipo de individuo irresponsable para consigo mismo, desnaturalizado con respecto a su propia capacidad de apropiación de conocimientos y desvirtuado de la necesidad de éstos para su propio proyecto de vida.
 
Sumar factores críticos en medio de una crisis puede parecer un exceso de intelectualidad. Por el contrario, consideramos que habiendo evidenciado esa enorme capacidad de reconvertirse que tiene el sistema cuando mancomunadamente trabaja para adaptarse a un nuevo desafío, lo necesario en este momento es proponer un paso más.
 
Tal vez la próxima meta sea recuperar las enseñanzas de pedagogos muchas veces olvidados como Luis Jorge Zanotti, y comenzar a repensar nuestro sistema de educación, adaptándolo ya no a una enfermedad coyuntural como el Covid-19, sino a los enormes desafíos de un mundo en el cual la demanda de adultos responsables, empoderados y capaces de capacitarse a sí mismos constantemente, será incluso mayor que la actual demanda de commodities primarios como la soja, el petróleo o tantos otros.