Oda a “la paja”
“La paja” es el nombre que eligió para el segundo capítulo. María del Mar Ramón arranca contando que la descubrió a los 11 años pero que, “como no sabía qué pasaba cada vez que me tocaba la concha con las manos y nadie me hablaba del tema, asumí lo que me pareció más lógico: estaba mal, yo era la única que lo hacía y debía ser alguna forma de pecado. Es increíble el silencio rotundo que acompaña al placer de las mujeres, su genitalidad y autosatisfacción durante toda la vida”.
—En el libro hablás sobre una contradicción entre ser feminista pero seguir viéndote “gorda, fallida, defectuosa” en el espejo.
—Para mí era muy importante hablar sobre esta contradicción de considerarme feminista y seguir teniendo conflictos con el cuerpo y con el peso. ¿Por qué digo “contradicción”? Porque tener conflictos con el peso es seguir ciertas normas de belleza cuando lo que hacemos como feministas es, precisamente, cuestionar las normas. Esa contradicción me empezó a generar mucha culpa y quise indagar sobre eso. Además, leía sobre esta tendencia a pensar que “el amor propio” es la cura de todos los problemas, y a me parece una idea problemática: toda nuestra disposición y crianza es para que los demás nos quieran (en el libro dice “todas las mujeres de la familia conocían la relación inversamente proporcional entre el peso y el amor”) y, de repente, hay una idea que cura todos los problemas: nos levantamos un día, decimos ‘me amo así como soy’ y ya está todo saldado. Hay una lógica despolitizada de pensar que el problema fueron los demás pero que la solución está en vos, y que si te esforzás por mirarte las estrías y decir ‘qué lindas estrías’ entonces ya está. No funciona así, porque hay una lógica social muy patriarcal sobre los ideales de belleza con los que crecemos. Es un dispositivo muy eficiente de socialización y es que nosotras nunca somos suficiente: nunca es suficiente el cuerpo que tenemos, la altura que tenemos y el único cuerpo posible es el cuerpo imposible. Lo aprendemos de una manera tan eficiente para el sistema que, por supuesto, la lucha por destruir esos ideales de belleza tiene que ser colectiva.
La crítica vino de una feminista colombiana. ¿Por qué hablaba en su libro de “la paja” para referirse a la masturbación femenina, si “hacerse la paja” era algo de hombres? Tenemos que -siguió, como un imperativo- buscar palabras nuestras y arriesgó una que sonó a “clitorización”. Para María del Mar Ramón -escritora feminista, colombiana viviendo en Argentina, 27 años- la crítica fue el pie que necesitaba.
No quería decirlo suavecito, rosita - los hombres “se hacen una paja”, las mujeres “se tocan”- sino apropiarse de la frase para hablar de la relación que tenemos las mujeres con el deseo y el placer sexual. Esto de que nos dieron charlas en el colegio sobre toallitas femeninas, úteros y anticonceptivos pero nadie nos habló nunca de lubricación, orgasmos, de placer. De cómo nos enseñaron, en cambio, a esperar para ofrendarle la virginidad “a alguien especial” y que fuera ese otro el encargado de determinar qué nos gustaba.
De cómo nunca vimos chicas adolescentes (o mujeres mayores) masturbarse en las películas (para satisfacer un deseo propio, no para excitar a otro) como sí vimos varones, de todas las edades, debajo de las sábanas. De cómo muchas mujeres o no se mastrubaban o silenciaron la práctica con vergüenza mientras que los amigos varones cuentan que, incluso, alquilaban una película porno y se juntaban para masturbarse en grupo. Por todo eso, María del Mar Ramón usa en su primer libro - “Coger y comer sin culpa”, el placer es feminista (Paidós)- las palabras que usa: coger, hacerse la paja, concha, mal cogidas, malos cogedores, entre otras.
“Nos enseñaron a odiar nuestros cuerpos”
Con la bandera de que “lo personal es político”, arranca el libro hablando sobre “cómo nos enseñaron a odiar nuestros cuerpos con saña”. Sobre aquella kiosquera que le dijo, a los 10 años, que la veía gordita y no quiso venderle un alfajor, de la tía que repetía que “a las gorditas sólo las quiere la mamá” y de cómo esa nena terminó siendo una joven bulímica.
Lo dice así: “Me metí los dedos primero en la boca para vomitar antes que en la concha para acabar. Se nos fomentó tanto el castigo y se nos censuró tanto el placer”.