Por Mauricio Alejandro Vázquez - Politólogo, Docente y Analista Político
Sebastián E. Do Rosario - (Periodista y Analista Político)
El efecto local de la pandemia del coronavirus nos trajo esta última semana un tipo de imágenes al que nos habíamos desacostumbrado: el Presidente de la Nación Alberto Fernández fotografiado en reuniones mano a mano con el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta o el Presidente dando una conferencia de prensa acompañado por Kicilloff, Larreta, Perotti y Morales. Todos asintiendo a medida que Fernández anunciaba la cuarentena y explicaba excepciones y pormenores.
Hace unos días atrás, el politólogo Andrés Malamud explicaba que Argentina enfrenta tiempos excepcionales y que, en dichos momentos, el país “se agranda” y saca lo mejor de sí. Consideramos que, en este momento excepcional, existe la enorme necesidad de señalar que la pandemia trae un silencioso daño colateral adicional que merece ser mencionado: la oposición, el debate político, la discusión. Porque en tiempos en los que el emergente pareciera demandar unión, ¿qué cabe esperar ahora de la oposición y el debate en el Congreso? ¿Deben ser lo mismo unión que unanimidad?
Hasta hace no pocos días atrás los senadores nacionales de Juntos por el Cambio explicaban, con largos y enardecidos argumentos, su oposición al proyecto de ley para modificar el régimen jubilatorio del Poder Judicial y el Servicio Exterior de la Nación, ¿qué espacio queda ahora para ese debate, por ejemplo? Si nos guiáramos por las fotos de los últimos días podríamos pensar que oficialismo y oposición trabajan juntos, pero discuten poco. Todo sea por alcanzar un objetivo concreto, en este caso, el bienestar del país. Pero son tiempos excepcionales y, para colmo, en una Argentina que pareciera vivir, por una razón u otra, siempre en emergencia y excepción.
En lo concreto, el coronavirus acabó con la agenda política para el Congreso y la preocupación ahora pasa estrictamente por las oscuras proyecciones que se manejan en el gabinete presidencial, tanto en términos humanitarios como económicos. La gran pregunta de fondo es si no existe otra vía de formulación de políticas públicas que no sea a través de un Decreto de Necesidad y Urgencia o con la cesión tácita o incluso expresa de superpoderes para quien detenta circunstancialmente el sillón de Rivadavia.
Salvando las distancias y para ilustrar la situación, podría decirse que las circunstancias han dictado sin sesión del parlamento una especie de senatus consultum romano, convirtiendo al poder ejecutivo en cabeza de Alberto Fernández en una unidad política plena de autoridad y poderes para enfrentar una emergencia determinada, de carácter excepcional.
La situación se agrava si consideramos que, como dijimos anteriormente, Argentina pareciera vivir, desde hace décadas, en una emergencia permanente y una excepcionalidad siempre creciente. Baste como ejemplo señalar que los poderes excepcionales cedidos al Ejecutivo en 2006 para modificar arbitrariamente partidas del Presupuesto Nacional, solo fueron renunciados por Mauricio Macri (y con limitaciones) diez años más tarde, para volver a ser cedidos por el Congreso de la Nación, ni bien asumió el actual presidente.
En lo concreto y lejos de lo que muchos perciben, vivimos en un tipo de democracia que el gran pensador Guillermo O´Donnell supo definir como “delegativa”: una situación política en la que existen elecciones, se respetan un número definido de libertades individuales, pero el Estado de Derecho queda siempre atenuado, siendo las principales víctimas de esta cultura política (ya podríamos llamarla así por la recurrencia de la misma), el debate, la incorporación de la oposición en la generación de políticas, la vitalidad de los organismos de control, la libertad plena de prensa, etc.
El Covid-19 parece justificar la intempestiva decisional y el cesarismo político, pero un análisis profundo desnuda que estas prácticas no son la excepción en nuestro país, sino la regla, y que las mismas cuando se sostienen en el tiempo, como también supo advertir O´Donnell, generan una concepción de la democracia, que no solo afecta a sistema de partidos, a la vitalidad de la oposición y el control cruzado de los organismos existentes para tal fin, sino también hiere de muerte a la propia democracia como sistema de gobierno legítimo para llevar las riendas de nuestro país.
Ojalá que el día después de la pandemia encuentre a nuestra dirigencia política tan unida como lo está hoy día, pero con una adultez cívica tal que en sus prácticas respete y promueva el debate, fortalezca los organismos de control y logre así pasar de las políticas de coyuntura a las tan necesaria políticas de estado que vuelvan a nuestra Nación a la senda del desarrollo de la que no debió apartarse nunca.