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Caso Santiago Maldonado: "Necesito saber si la sangre que quedó en mi camisa es de él"

Santiago Maldonado (izq) / El puestero Evaristo Jones (der)
"Quiero que se resuelva cuanto antes si la mancha de sangre que quedó en mi camisa es o no la de Santiago Maldonado". Quien lo dice es Evaristo Jones, el puestero que fue atacado por un grupo de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) el 21 de julio pasado y que ahora espera con angustia el resultado del ADN de su camisa con el que se sabrá si Maldonado participó o no del ataque al puestero.
 
Evaristo está invadido por la tristeza y el temor. Se le nota en el susurro de sus palabras y en el entrecierro de los ojos cuando tiene que recordar lo que ocurrió aquella madrugada en la que entre tres o cuatro personas encapuchadas lo abordaron en el puesto Los Retamos -que pertenece al Grupo Benetton y que él vigilaba- lo desnudaron, lo ataron, le apoyaron un arma en la cabeza y le quemaron todas sus pertenencias.
 
Pero antes de todo eso hubo una lucha cuerpo a cuerpo, que duró lo que un suspiro: "Alertado por los perros me desperté de la cama a las 2 de la madrugada y vi una luz por la ventana. Agarré el cuchillo y esperé. De repente la puerta reventó y entraron dos personas que se me abalanzaron, yo intenté defenderme y pude haber lastimado a alguien, pero nunca una herida como para matar a otra persona", relata.
 
Su experiencia con las armas blancas -Jones creció faenando animales y vio alguna vez gente apuñalada en el estómago- le permiten afirmar que si hubiese lastimado a alguien con gravedad se hubiera caído al piso o gritado de dolor: "No pasó nada de eso. El mismo hombre que se me tiró encima, luego me ató y me apretó contra el piso. El cuchillo tenía una hoja de 25 centímetros de largo ¿Sabés lo que te duele eso metido en la panza? Llorás de dolor".
 
El puestero de 44 años que trabaja para los Benetton desde hace 22, es el protagonista de una historia que no le pertenece, pero que lo tiene como papel estelar.
 
Ayer, por ejemplo, el fiscal general de Esquel, Carlos Díaz Mayer, volvió a vincular la desaparición de Santiago Maldonado con el incidente del 21 de julio: "Es una opción, una de las líneas de investigación", dijo. Pero para Jones es poco probable: "Estoy seguro que con mi ataque no se pudo haber muerto nadie", asegura.
 
En relación a la desaparición de Maldonado, Evaristo no duda: "Ojalá, de corazón, aparezca cuanto antes", dice. Sobre esa situación hay algo que lo tiene muy preocupado: la necesidad imperiosa de saber si la mancha de sangre que quedó en su camisa cuando se produjo el ataque -y que ahora está siendo peritada y demorará unos quince días en conocerse el resultado- es o no del artesano de 28 años, que hoy cumple un mes desaparecido: "Necesito saber cuanto antes el resultado del ADN. Eso es lo único que quiero saber, si esa sangre es o no de este chico".
 
A Evaristo le cuesta dormir de noche. Cuando ladra un perro se levanta sobresaltado de la cama. Está con tratamiento psicológico y medicado. Sufre los achaques de un ser urbano, más que los de un hombre de campo. La semana pasada volvió a trabajar en la Estancia El Maitén, pero sin hacer guardia en ninguno de los puestos que Benetton tiene esparcidos por las miles de hectáreas de las que es dueño y que en soledad patrullan las inmensas mesetas patagónicas. No está preparado para volver allí.
 
"No sé si miedo es la palabra. Porque miedo no tengo, pero sí desconfianza. A esta gente de la RAM no los conocemos. Están encapuchados y yo no se si pueden volver para hacerme daño otra vez, o a alguien de nuestro pueblo o a mis compañeros del trabajo. Estamos todos preocupados", dice y cuenta que ya tuvieron varias reuniones entre los empleados de la estancia para ver cómo continuar con la situación: "Le dijimos al capataz que sería mejor que en los puestos podamos ser dos los que pasen las noches. Porque ahí vos gritás 'ayuda' pero nadie te escucha".
 
La charla se da en el comedor de la estancia donde los empleados almuerzan todos los días. El menú de la jornada fue un guiso campero que preparó el cocinero. Pero ahora -pasadas las dos de la tarde- el aroma que envuelve al salón es el de unas tortafritas acompañadas por mates que tienta hasta a las vacas que pastorean por el terreno: "Por suerte mis compañeros me ayudaron todos los días desde que me pasó esto y me dan ánimo para que no me sienta tan mal", dice Evaristo.
 
Desde que le ocurrió el ataque, los vecinos del pueblo marchan todos los viernes para pedir mayor seguridad. Evaristo cuenta que no es la primera vez que ocurre un hecho así: "Ya pasó otras cuatro veces, conmigo es la quinta desde que la RAM apareció hace menos de dos años. Tres de ellas ocurrieron con compañeros que también fueron amordazados y a quienes les incendiaron todas sus pertenencias, igual que a mí. No podemos vivir así".
 
Fuente: Clarín 

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