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Proliferan las visiones del ruso Aleksandr Duguin, ideólogo de la "cuarta teoría política"

El filósofo e historiador ruso Aleksandr Guélievich Duguin visitó la Argentina en 2018.
Son las guía del presidente Vladimir Putin. Circulan hace décadas en todo el globo, pero ahora han recibido un empuje fundamental. ¿Qué es el sentido común de las grandes masas?
 
Por Mauricio Vázquez - * Politólogo. Profesor de Políticas Públicas de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Ambito.com
 
Uno de los adagios que se incorporan rápidamente cuando se ingresa al ingrato mundo del análisis social es que ninguna crisis debe ser diagnosticada mientras va ocurriendo. Mucho menos, en ese vertiginoso marco, es sensato hacer predicciones. Esta breve nota tiene que ver con el incumplimiento explícito de ambos mandatos.
 
Lo primero que es importante señalar, es que esta pandemia ocurre por primera vez en la historia, intermediada por los más modernos sistemas de comunicación en tiempo real que hayamos creado nunca antes; sistemas que, por si fuese poco, están al alcance de una gran mayoría de la población mundial.
 
Resalto desde un comienzo esta verdad de perogrullo, porque resulta llamativo como muchos se indignan al percibir comportamientos sociales que no estarían justificados por la mortandad evidenciada hasta el momento, y recurren en su argumentación a la comparativa con otras pestes que han azotado el globo y no han producido reacciones equivalentes. Como si justamente no fuese el miedo el agente más infeccioso que existe para un ser humano que, a diferencia de cualquier otro animal, es absolutamente consciente de que su vida es inevitablemente finita y vulnerable, y como si no fuesen justamente los modernos sistemas de comunicación el vector de contagio más eficiente que ha conocido la humanidad hasta hoy.
 
En segundo lugar, es importante resaltar que la globalización, este fenómeno polisémico que tiene como protagonistas principales justamente a estos medios de comunicación, en conjunto con el auge del transporte trasnacional, la apertura y multiplicación del comercio, la creciente conquista de libertades individuales (aún pese a la permanencia de algunas excepciones autoritarias) y sistemas de producción a escalas impensadas hace décadas, ha sido hasta la fecha una garantía continua de disminución de la pobreza a nivel mundial, de la incorporación de grandes masas de población a los mercados de consumo, y del retiro concreto hacia la marginalidad de los enfrentamientos bélicos.
 
En tal sentido, a pesar de los discursos alarmistas de los sectores globalifóbicos, este fenómeno de apertura internacional ha generado una de las etapas más prósperas, productivas, tecnificadas y pacíficas que ha conocido el humano desde que se alejó de los árboles y comenzó a caminar erguido.
 
Traigo a contingencia este segundo punto no por mera arbitrariedad sino porque justamente sobre éste es que se asienta mi intento de pronóstico: ese mundo globalizado ha cambiado en estas horas, para siempre. Y no porque la irrupción del fenómeno covid-19 haya generado reacciones nuevas, sino que por el contario, a mi entender, les ha dado nuevo vigor a las que permanecían al acecho en el letargo de las periferias.
 
Lo cierto es que esta posmodernidad en la que la globalización arraigó sus efectivas prácticas productivas y su nutrida ideología liberalizante, ya estaba siendo percibida por muchos como un exceso que ameritaba un cambio de rumbo. Visiones como las del ruso Aleksandr Duguin, ideólogo de la “cuarta teoría política”, que nutre en gran medida las decisiones de Vladimir Putin, han comenzado a proliferar en las últimas décadas en todo el globo y han recibido, en esta última semana, un empuje fundamental al haber conquistado, al parecer, ese pináculo al que aspira toda ideología para eternizarse: el sentido común de las grandes masas.
 
Basta recorrer cualquier red social con atención, para detectar que los pilares de esa cuarta política: el pensamiento comunitario, la intervención estatal a gran escala, el retraimiento de las visiones cosmopolitas, los liderazgos fuertes y poco limitados, el recorte de libertades individuales y civiles, entre otros, en conjunto con una revalorización del papel del Estado como coordinador compulsivo de las expectativas individuales, que no se veía en esta medida desde los tiempos de la preguerra, han ganado la batalla cultural al haber sido adoptados por una gran mayoría del globo y casi en simultáneo.
 
Podrán decirme que terminada la cuarentena global las cosas volverán a ser como eran. Pero si algo nos enseñan acontecimientos como los del 11 de Septiembre de 2001, es que las medidas precautorias que se toman en tiempos de terror, difícilmente desaparezcan de inmediato, porque si algo hace hereje a ese miedo tan humano, es que cuando éste es percibido sus raíces se hacen fuertes y expansivas como las de las malas hierbas.
 
Los períodos de extremo nacionalismo han significado en el pasado el detenimiento fáctico de las tendencias globalizadoras. Si la impresión que dejan estas últimas horas aciagas se vuelve tendencia, la tierra habrá de detenerse de nuevo, y esa tan humana predisposición en tiempos de crisis a cerrarse en el entorno comunitario inmediato, mirando con recelo todo lo exterior, volverá a conquistar la mente y el corazón de los pueblos.
 
Y difícilmente podamos esperar que los líderes políticos no acompañen la demanda. Dependiendo sus propias carreras de satisfacer esa pulsión tan humana que es la conservación de la vida y la seguridad personal.
 

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