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Desde un no lugar

Experiencias. Varios pasajeros comparten la espera de sus vuelos en un aeropuerto. El resultado muestra miradas distintas sobre realidades casi siempre particulares.
 
Hay un "Pata" Medina que se cansó de ejercer violencia por años y años. Hay un abuso sexual en una escuela tomada por menores de edad que, según una jueza, son el derecho constitucional de protesta de los apenas adolescentes. Será que ella entiende que una violación es una consecuencia lógica de esas tomas. Hay más de la ex presidenta, que cree que la tragedia de Once se le puede achacar a un maquinista. Y hay un gobierno que se siente contento porque todavía el 30 por ciento es pobre. Todo eso, visto desde el prisma de la distancia de un viaje corto pero extenso en la distancia. Si es cierto que apartarse de lo cotidiano da mejor perspectiva, nos ubica en la relatividad esencial de casi todo, esa relatividad que menospreciamos con la rutina diaria y presuntuosa. Mucho más excitante es escuchar miradas al azar de los que no saben qué es la Uocra, Unidad ciudadana o un colegio tomado.
 
Un aeropuerto es un no lugar. Y no me refiero a la categoría jurídica que creó espacios de esas terminales carentes de jurisdicción nacional. Pienso en las interminables esperas compartidas con ciudadanos de cualquier parte del mundo que conversan obligados por el tiempo a consumir sobre cosas que se pretenden comunes aunque jamás lo sean. Nadie es dueño de ese lugar. Nada resulta común por más tiempo que el espacio del preembarque. No lugar.
 
En un pretendido bar de sillones cómodos y de uso común, en un aeropuerto de alguna ciudad del viejo continente, asisto a una charla entre pasajeros hartos de la espera y ávidos de un relato cualquiera que acelere los tiempos. Un manchego, nacido en Almagro, se indigna por el referéndum catalán y todo lo que vino con él. Le cuenta sus enojos a una noruega que lo mira absorta, entre su dificultad para seguir su español y su deseo de hacer rendir el curso del idioma de Cervantes que viene de tomar en Sevilla. "Viendo las noticias estos días me siento muy afortunado de haber nacido en la región más insignificante de España, La Mancha", le explica. "Allí el de afuera es bienvenido, donde el rico y el pobre no se odian, donde el que lleva dos años viviendo allí ya es del pueblo. Por mucho que a algunos les cueste creerlo, es una sociedad abierta, plural y acogedora, la burguesía apenas existe y la gente no está enfrentada en buenos y malos. La homofobia no tiene lugar, nos conocemos todos y nos respetamos. Tampoco estamos particularmente orgullosos de ser de allí; nos gusta, sin más. Sin orgullos y sin complejos. No necesitamos banderas, ni afirmarnos sentirnos mejores, ni lo somos ni pretendemos serlo. Creo que no les vendría mal al resto un poco más de humildad, de eso nos sobra". Piden un café.
 
Un señor alemán, elegante y de hablar pausado, se sonríe con la sabiduría de sus 80 años a cuestas. En realidad, creo que tiene 80. Los aeropuertos también sirven para ejercitar el perdido juego de imaginar historias, presencias, ausencias. Hasta lo creo docente universitario. El hombre se sonríe ante el español y lo desafía con su aldea. "¿La conoce?", le pregunta a los dos contertulios de Cataluña. Silencio. Yo tampoco asiento ni niego. Inesperadamente, el español nos ha invitado a una ronda de café a todos y esto ya es una charla completa. "Alice Wiedel. 38 años. Economista. Volvió a Alemania luego de haber recorrido el mundo y se indignó con el destino de los impuestos nacionales: la Unión Europea. ¿Por qué tenemos que ayudar al resto del continente que genera pobreza y, sobre todo, permite la llegada de inmigrantes de Africa? Eso se preguntó la Wiedel", relató el profesor. "Lanzó la línea de la intolerancia a los inmigrantes desde el partido neonazi Alternativa para Alemania. Como lo escuchan. Mujer, joven, pro nazi. Y vencedora en los comicios últimos. Si a eso se le agrega el detalle de que es homosexual, casada desde hace varios años con otra mujer con la que son madres de dos criaturas, la contradicción es todavía más flagrante".
 
El español atinó a preguntarle cómo conviven su condición de gay y su ideología autoritaria. "Sencillo. Lea", dijo el hombre canoso. Leemos. "Alice Wiedel sostiene que el enemigo número uno de los homosexuales no es el ideario de ultraderecha sino la inmigración sin límites de ciudadanos de naciones pobres que vienen a destruir el sentir tradicional alemán".
 
"Es el machismo a ultranza". La que habla es una italiana que se indigna con su patria. Acaba de forrar su valija con esos plásticos verdes que evitan los rayones en los equipajes pero no los destrozos de lo que lleva adentro, gracias al revoleo olímpico que se hace en las cintas transportadoras. "El índice de crecimiento de los abusos a mujeres crece sin límite y los jueces de mi país miran para otro lado. Jueces garantistas", me explica, contenta de encontrar a un descendiente de la patria de Julio César que entiende su idioma, y trata de definirme esa categoría sin darme tiempo a que le cuente que sé de qué se trata. "Mire", me señala un recorte del diario más viejo de Italia. "Un juez le dio una pena alternativa a un hombre que, borracho y drogado, atropelló con su auto a una mujer que iba a trabajar. Lo sentenció a repartir folletos que explican las consecuencias el alcohol al volante en la zona de boliches bailables. Ahí nace todo. El machismo. El desprecio por el otro".
 
"¿Machismo? ¿Usted habla machismo? Ojalá nuestras hijas puedan conducir. Eso apenas deseamos en mi país". El que ingresa a nuestras espera eterna es un hombre con turbante y su thaub blanco largo hasta los tobillos. Se sonríe por lo que dijo la italiana. Cuenta que espera poder llegar a Ryad antes del día siguiente. Lo duda. Las conexiones inmediatas que garantizan las aerolíneas son impracticables para nosotros los mortales. En su dispositivo electrónico le muestra a la joven conciudadana de Sophia Loren una noticia. Ella me mira. No sólo no habla inglés. No entiende el árabe. El hombre de turbante se da cuenta y aprieta la tecla de traducir. Leo en voz alta para este, ahora sí, grupo de conocidos que conversan animados: "Medios estatales de Arabia Saudita reportaron este martes que el rey Salmán bin Abdulaziz emitió una orden para permitir a las mujeres poseer licencias de manejar. El decreto ordena que se establezca un órgano ministerial para dar asesoramiento en un plazo de 30 días y que los permisos para manejar vehículos comiencen a emitirse a partir de junio de 2018", informó la Agencia de Prensa Saudita.
 
Una voz con infame acento y velocidad parece llamar a los pasajeros de mi vuelo. Apenas saludo a mis accidentales compañeros de penuria aérea y corro hacia mi puerta de embarque.
 
Una amistad pretendida disuelta por una desconocida que advierte cosas en un parlante. Ya en mi asiento, una azafata me ofrece un diario argentino en el que un/a candidato/a para estas elecciones explica que el mundo nos mira con atención. Me sonrío.
 
Luis Novaresio
Abogado y periodista 

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